martes, 30 de junio de 2009

Capítulo 4: Palabra de mujer

Capítulo 4
Palabra de mujer

Por Iván Rodrigo García Palacios

Una vez demostradas las diferencias de las naturalezas biológicas y ontológicas de mujer y de hombre, se puede emprender la demostración de que la literatura, al igual que las demás expresiones estéticas y artísticas, o las vitales y existenciales, son propias y diferentes para mujeres y para hombres, al igual que los productos resultantes, sin importar el uso e interpretación asexuado que se haga de tales productos.
En la realidad y en el mundo factual, mujeres y hombres perciben, sienten, imaginan, emocionan, razonan y producen, de manera diferente, igual sucede en la concepción, visión, realización y producción de sus realidades y mundos por la lectura y la escritura: en la literatura y en la poesía. Los individuos de cada sexo tienen una lectura y escritura propias y diferentes, así la literatura y la poesía se consideren como una materia universal, asexuada, constituida por partes diversas, a veces, con asignación de sexo o concepto de género.
En estas condiciones y a diferencia de los enfoques conocidos, sería entonces posible empezar a formular un método universal cuya aplicación sea válida y legítima tanto para el total de la materia como para cada una de las partes y que, cualquiera sea el caso particular, permita estudiar y determinar tanto las cualidades de la escritura de la mujer como la escritura del hombre. La palabra de la mujer y la palabra del hombre.

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En fin, como la idea es plantearse la formulación y desarrollo de tal método, propongo un ejemplo adecuado para explorar estas hipótesis descabelladas:
Estudiar, por la comunidad de sus circunstancias, las vidas y obras de Teresa de Ávila y Juan de la Cruz, a partir del método propuesto y asumiendo lo útil de los métodos de la crítica literaria e, interdisciplinariamente, con lo útil de los métodos de otras ciencias de la naturaleza humana.
Otros posibles ejemplos con condiciones similares son: las cartas de Abelardo y Eloisa; las obras conjuntas de Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges...

Capítulo 3: Un Ser para la mujer, Un Ser para el hombre

Capítulo 3

Un Ser para la mujer, Un Ser para el hombre


Por Iván Rodrigo García Palacios

Digo mujer y no femenino, hombre y no masculino, porque mujer y hombre son la denominación específica, propia y particular, por la naturaleza de su sexo, para los individuos de la especie Homo-Humano.
Femenino o “lo femenino”, masculino o “lo masculino”, son conceptos culturales, complejos y confusos que se aplican indiscriminadamente para identificar unas cualidades de los comportamientos de los individuos de ambos sexos y de sus sexualidades.
Han sido las ontologías, las fenomenologías, las psicologías, etc., esas dependencias de la filosofía que estudian el Ser humanos, las que se han encargado de perpetuar un concepto de Ser sin diferencia de sexo y dentro del modelo “patricial” que ha predominado desde los primeros mitos, cosmogonías, religiones, filosofías, etc., con los que, en la cultura, se segregaron, expulsaron y sustituyeron los mitos, cosmogonías, religiones, filosofías, símbolos, figuras y los conceptos que correspondían al modelo “matricial” anterior.
Ello se explica por dos razones simples, la una, que las actividades filosóficas y científicas han sido privilegio y dominio del hombre y la muy escasa actividad de las mujeres que más que reflexionar desde su naturaleza de mujeres se han sometido al modelo “patricial”, sin que por ello se anulara su propia naturaleza, su Ser-Mujer y sus cualidades expresivas, con las que lo subvierte, porque tal anulación es imposible.
La otra, porque una de las características para que ese desplazamiento, expulsión y sustitución del Ser-Mujer operara en el modelo “patricial”, se estableció un punto de partida aparentemente neutro y asexuado en el que el concepto es evidente y predominante masculino.
Lo que interesa aquí es mostrar la emergencia de la expresión subversiva y clandestina de las mujeres al reflexionar, al expresar y al comunicar su propio Ser con sus propios símbolos, signos, señales, palabras, figuras y conceptos, sobre sí mismas, sobre los otros y sobre el mundo, desde el Ser-Mujer, todo lo cual es y ya están diferenciados desde el mismo punto de origen. Sin embargo, para expresarse, las mujeres son obligadas a asimilarse y someterse a las herramientas culturales del Ser-Hombre.
Se puede decir que para la mujer el Ser-Mujer se origina a partir de la afirmación: “Yo Soy la que soy”, en contraposición a la afirmación del Ser-Hombre: “Yo Soy lo que pienso”, expresión esta última que ha sido, con distintas variaciones e interpretaciones, la que todavía predomina en la reflexión filosófica.
Citando y parodiando a Descartes:
El Ser mujer es: Siento luego existo.
El Ser hombre es: Pienso luego existo (Cogito, ergo sum).
Ese sentir de la mujer, a diferencia del pensar del hombre, no ha sido explorado ni reflexionado ni interpretado con especificidad. Por ello, es necesario, al menos, plantear un punto de partida, el que, para el caso, remito al análisis que hizo Ernst Cassirer al “sentimiento” en Jean-Jacques Rousseau, el filósofo del sentir:
“(...) el sentimiento queda muy por encima de la “impresión” pasiva y de la mera sensación sensible, al asumir la actividad pura del juicio, de la evaluación y de la toma de postura. Con ello adquiere una posición central en el conjunto de las fuerzas anímicas: ya no aparece como una “capacidad” particular del yo, sino más bien como su fuente específica, como la fuerza originaria del yo a partir de la que surgen todas las demás y de la que deben alimentarse continuamente si no quieren debilitarse o morir” (1).
Sentir y pensar son procesos equivalentes al momento de desarrollar la mente y son determinantes para la expresión de la conciencia. Un sentir que se explica más allá de la mera sensación o la mera sensualidad o la mera sensibilidad. Un sentir que adquiere dimensiones cognitivas que, como también lo planteara Jean-Jacques Rousseau en Emilio, remonta de lo “concreto” hacia lo “abstracto” y de lo “sensible” hacia lo “intelectual” (2). Intuición esta de Jean-Jacques Rousseau que, como se mostró en el capítulo 2, ya exploraron los neurocientíficos Francisco J. Ayala y Camilo José Cela Conde. Sobre el pensar existe suficiente ilustración.
Lo que diferencia a las mujeres de los hombres es la predominancia del autoconocimiento y del conocimiento en el sentir y, luego, en el pensar: la experiencia antecede a la razón, lo que, en consecuencia, determina la formación, dotación e interpretación del sentido: la connotación y denotación de su concepción, de su expresarse a sí mismas y así mismos. Su visión y la expresión del mundo a través de sus palabras.
Estas diferencias en la mayor predominancia del sentir de la mujer y del pensar del hombre, no son tenidas en cuenta al momento de interpretar y dar sentido en el lenguaje, porque el lenguaje ha sido subyugado como una actividad emanada con exclusividad del pensar, pensamiento que, en el mejor de los casos, es sólo alterado y distorsionado por el sentir, sentir que es considerado, a su vez, como una aberración para la razón.
Al escindir el sentir del pensar, el lenguaje pierde sus dimensiones primordiales para la comprensión del Homo-Humano y del mundo, pues de esa manera sólo es posible observar y expresar planos separados del total de la visión sentible y de la visión pensable de la realidad y del Ser-Mujer y Ser-Hombre.
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Poco se ha reflexionado sobre la naturaleza propia del Ser-Mujer, ni por parte de las mujeres ni de los hombres, así que llama la atención que un filósofo hombre realice tales propuestas, tal y como lo hace Georg Simmel y ya citado:
“Por el contrario, la mujer permanece en sí misma, su mundo gravita en torno a su propio centro. La mujer se encuentra más allá de esos dos movimientos verdaderamente excéntricos, el deseo sensible y el de la trascendencia formal. Por eso mismo cabría decir de ella que es el auténtico "ser humano", que se mantiene más circunscrita a lo propiamente humano, mientras que el varón es "mitad bestia, mitad ángel" (3).
Para mostrar lo que las mujeres piensan sobre la propia naturaleza del Ser-Mujer en el lenguaje asimilado del Ser-Hombre, he aquí lo que han comunicado tres mujeres filósofas:
1. Edith Stein:
“El campo hacia el cual deben dirigirse nuestras investigaciones es el de la conciencia en el sentido de la vida-del-yo: yo puedo dejar indeciso el hecho de si la cosa percibida por mis sentidos realmente existe o no, pero la percepción, en cuanto tal, no se puede borrar: puedo dudar de que la conclusión sacada por mi sea correcta, pero el pensamiento que resulta de las conclusiones es un hecho indudable; de la misma manera, es innegable todo lo que yo deseo y quiero, mis sueños y mis esperanzas, mis alegrías y mis tristezas, en una palabra, todo aquello en que yo vivo y existo, lo que se da para el ser del yo consciente de sí mismo. Porque donde quiera – en la vida de Agustín, en el yo pienso de Descartes, en el ser consciente (Bewusstsein) de Husserl-, donde quiera se encuentra un yo soy. Ésta no es una conclusión , como la fórmula parece indicarlo: cogito, ergo sum, sino el yo soy es captado inmediatamente: que yo piense, que yo sienta, que yo quiera o que me dirija intelectualmente de cualquier manera que sea, yo soy y me doy cuenta de este ser.
La certeza que se tiene de su propio ser es, en cierto sentido, el conocimiento más original” (4).
2. María Zambrano:
“La experiencia precede a todo método. Se podría decir que la experiencia es a priori y el método a posteriori. Mas esto solamente resulta valedero como una indicación, ya que la verdadera experiencia no puede darse sin la intervención de una especie de método. El método ha debido estar desde un principio en una cierta y determinada experiencia, que por la virtud de aquél llega a cobrar cuerpo y forma, figura. Más ha sido indispensable una cierta aventura y hasta una cierta perdición en la experiencia, un cierto andar perdido el sujeto en quien se va formando. Un andar perdido que será luego libertad” (5).
3. Hannah Arendt:
"El discurso y la acción revelan esta única cualidad de ser distinto. Mediante ellos, los seres humanos se presentan unos a otros, no como objetos físicos, sino como hombres. Esta apariencia, diferenciada de la mera existencia corporal, se basa en la iniciativa; pero en una iniciativa (el appetitus beatitudinis) que ningún ser humano puede detener y seguir siendo humano.
(...)
Con respecto a este alguien que es único cabe decir verdaderamente que nunca nadie estuvo allí antes que él. Si la acción como comienzo corresponde al hecho de nacer [como un yo], si es la realización de la condición humana de la natalidad, entonces el discurso corresponde al hecho de la distinción y es la realización de la condición humana de la pluralidad, es decir, de vivir como ser distinto y único entre iguales" (6).
A diferencia de Simone de Beauvoir con Jean Paul Sartre, como mostraré más adelante, Hannah Arendt sí aportó y contrapuso su Ser Mujer en su filosofía al Ser Hombre en la filosofía de Martín Heidegger, como puede interpretarse a lo que dice Rüdiger Safranski:
"Para Heidegger se abrió en Marburgo una sorprendente oportunidad, lo que los teólogos de allí llamaban "Kairos", la gran oportunidad de un tipo especial de "propiedad". Tuvo allí un encuentro del que, según confesará más tarde su mujer Elfride, surgió "la pasión de su vida".
A principios de 1924 había llegado a Marburgo una estudiante judía de dieciocho años, deseosa de estudiar con Bultmann y Heidegger. Era Hannah Arendt.
(...)
(Heidegger) En las cartas (a Hannah Arendt) insiste una y otra vez en que nadie lo comprende como ella, , también y precisamente en asuntos filosóficos. Y de hecho Hannah Arendt demostrará todavía lo bien que ha entendido a Heidegger. Lo entenderá mejor de lo que él se ha entendido a sí mismo. Como acostumbra suceder entre los amantes, ella responderá complementariamente a su filosofía, y le dará aquella mundanidad que todavía le falta. Al "precursar la muerte" responderá con una filosofía de la natividad; al solipsismo existencial de "mi singularidad" (Jemeingkeit) responderá con una filosofía de la pluralidad; a la crítica de la "caída" en el mundo del "uno" replicará con el "amor mundi". Al "claro" (Lishtung) de Heidegger responderá ennobleciendo filosóficamente la "esfera pública". Sólo así surgirá de la filosofía de Heidegger un todo completo; pero este hombre no lo notará. Él no leerá los libros de Hannah Arendt, o lo hará muy de pasada, y lo que lee allí le ofende.
Heidegger ama a Hannah y la amará por mucho tiempo; la toma en serio, como mujer que lo comprende, y ella se convertirá en su musa de Ser y tiempo; él le confesará que sin ella no habría podido escribir la obra. Pero en ningún momento se persuadirá de que puede aprender de ella" (7).
***
El mejor lugar para buscar la presencia y operación propias y diferentes del Ser Mujer y del Ser Hombre, es en sus propias expresiones, es aquel en el que se presentan los estados más extremos: el fenómeno místico y el estado de enamoramiento, estados en los que se suspenden casi totalmente las diferencias entre mujer y hombre.
Una de las más extremas y notables expresiones del Ser Mujer y del Ser Hombre, es posible encontrarlas en la forma de enfrentarse al fenómeno místico, en el cual se presentan de forma patente las diferencias y oposiciones de Ser, Estar y Expresar, de mujer y hombre.
Para explorar esas diferencias y oposiciones, propongo mirar la propia y particular formulación y realización de la búsqueda y relación del Ser con Cristo que propusieron una mística y un místico españoles, quienes, siendo contemporáneos y compartir un espacio, un tiempo y unas ideas comunes en procura de su misión y obra, divergieron en su visión de las naturalezas del sujeto/objeto: Ser-Mujer / Ser-Hombre, al realizar su búsqueda y expresar sus reflexiones y fenómenos místicos:
La propuesta del Ser Mujer de Teresa de Jesús, que hace parte de la historia de sus conceptos en el breve escrito: Vejamen, y un poema posterior es:
“Búscame en ti”.
Y, en los versos de uno de sus poemas místicos:
"Alma, buscarte has en Mí,
y a Mí buscarte has en ti".

De tal suerte pudo amor,
Alma, en Mí te retratar,
que ningún sabio pintor
supiera con tal primor
tal imagen estampar.

Fuiste por amor criada
hermosa, bella y así
en mis entrañas pintada,
si te perdiere, mi amada.
Alma, buscarte has en Mí.

Que yo sé que te hallarás
en mi pecho retratada,
y ten al vivo sacada,
que si te ves te holgarás
viéndote tan bien pintada.

Y si acaso no supieres
dónde me hallarás a Mí,
no andes de aquí para allí,
sino, si hallarme quisieres.
A Mí, buscarme has en ti.

Porque tú eres mi aposento,
eres mi casa y morada,
y así llamo en cualquier tiempo,
si hallo en tu pensamiento
estar la puerta cerrada.

Fuera de ti no hay que buscarme,
porque para hallarme a Mí,
bastará sólo llamarme,
que a ti iré sin tardarme.
Y a Mi buscarme has en ti.
La propuesta de Juan de la Cruz:
“Búscate en mí”.
Propuesta, la de Juan de la Cruz y la de los otros hombres participantes del torneo que da origen al escrito, que Teresa de Jesús les critica:

“Caro costaría si no pudiésemos buscar a Dios sino cuando estuviésemos muertos al mundo”.

Y a la que añade esta críptica anotación:

“No lo estava la Madelena, ni la Samaritana, ni la Cananea, cuando lo hallaron” (8).
Estas propuestas de Teresa de Jesús y de Juan de la Cruz no son meras advocaciones devotas, con ellas denotan una postura particular y de género, vital y existencial, del Ser Mujer y del Ser Hombre, en un contexto religioso.
Para Teresa de Jesús, el “Búscame en tí”, es una “fe” inmanente, es la propia experiencia, un “Ser-desde-Adentro”, un “Yo creo porque Soy”, contrapuesta a la postura de Juan de la Cruz, el “Búscate en mí” de una “fe” proveniente de afuera (Dios, revelación, tradición, inspiración, El Libro), un “Ser-desde-Afuera”, un “Yo Soy porque creo”.
La contraposición de la intimidad del Ser de Teresa y la exterioridad del Ser de Juan se evidencian de manera notoria y notable en la concepción que cada uno de ellos tenía para la arquitectura de sus espacios de Ser y Estar, de cuerpo y alma. Mientras que para Teresa sus moradas, castillos y jardines eran representaciones de espacios interiores e íntimos del cuerpo y del alma, para Juan eran espacios exteriores o de habitación para el cuerpo o el alma.
Lo que, a su vez, pone en evidencia otro problema mayor, el de la autonomía tanto para esa época inquisitorial como todavía en la actualidad. Autonomía que, en Teresa de Jesús, se plantea como un autoconocimiento, condición previa para el conocimiento tanto de sí misma, de lo trascendente y de lo místico, así como del mundo y de los otros. Conocimiento que, para Juan de la Cruz, es un conocimiento contingente, dependiente. Eso explica la crítica y desvela la críptica anotación de Teresa de Jesús a la postura de Juan de la Cruz.
Por supuesto, para demostrar esta diferencia es necesario estudiar la vida y obra de Teresa de Jesús y de Juan de la Cruz en su integridad para así poder establecer la propiedad y la congruencia de sus expresiones como Ser-Mujer y Ser-Hombre y no como una mera posibilidad accidental, para que así el modelo sea también válido y verificable en cualquiera otros casos.
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En el cuadro de las mujeres filósofas del siglo XX es obligatorio hacer una nota sobre Simone de Beauvoir, quizás la mujer filósofa más célebre de todas, quien dedicó su vida y obra a una cruzada en la que empuño las mismas armas y actitud guerrera de los hombres por reivindicar el lugar y la condición de la mujer en el mundo del hombre, dotando así con argumentos filosóficos a los movimientos feministas que apenas se empezaban a formar, más allá de las luchas políticas de las sufragistas.
Extraña el que Simone de Beauvoir, la eterna compañera y contraparte mujer-filósofa de Jean Paul Sartre, el hombre-filósofo, no hubiese propuesto un existencialismo de la mujer en contraposición al existencialismo sartriano, asexuado, pero masculinizado. Eso si hubiera sido una novedad.

NOTAS
(1) Ernst Cassirer, Rousseau, Kant, Goethe. Filosofía y cultura en la Europa del Siglo de las Luces, Fondo de Cultura Económica, México, 2007, p. 138.
(2) Ernst Cassirer, Rousseau, Kant, Goethe. Filosofía y cultura en la Europa del Siglo de las Luces..., p. 139.
(3) Georg Simmel, Sobre la aventura, en el ensayo: Para una filosofía de los sexos, Península, Barcelona, 2002, p. 102.
(4) Edith Stein, Ser finito y Ser eterno. Ensayo de una ascensión al sentido del ser, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, pp. 52-53
(5) María Zambrano, Notas de un método, p. 18. Citado de Claves de la razón poética. María Zambrano. Un pensamiento en el orden del tiempo, Trotta, Madrid, 1998, p. 133.
(6) Hannah Arendt, La condición humana.
(7) Rüdiger Safranski, Un maestro de Alemania. Martín Heidegger y su tiempo, Tusquets, Barcelona, 1997, pp. 170 y 174.
Ver también: Elzbieta Ettinger, Hannah Arendt y Martín Heidegger, Tusquets, Barcelona, 1996.
(8) Santa Teresa de Jesús, Obras completas, Editorial de Espiritualidad, Madrid, 1963, pp. 1330-1332.
Diccionario de Santa Teresa de Jesús, Monte Carmelo, Burgos, 2001, pp. 1375-1378.
Rosa Rossi, Juan de la Cruz. Silencio y creatividad, Trotta, Madrid, 1996, p. 74.

Capítulo 2: Esquema filosófico antropológico del Ser Mujer-Ser Hombre

Capítulo 2
Esquema filosófico antropológico
del Ser Mujer-Ser Hombre


Por Iván Rodrigo García Palacios

El cuerpo ya existía como un todo desde antes que el Homo-Humano inventara la palabra para nombrarlo y escindirlo.
Antes y por sobre cualquier construcción cultural, la mujer es mujer y el hombre es hombre. Especie Homo-Humanos que la naturaleza dividió en dos sexos para su reproducción y los que, a través de la evolución, han ido desarrollando cualidades y características propias y específicas para su supervivencia, reproducción y adaptación.
Es en la cultura en la que se construyen -signa, designa, significa, identifica, etc.- los conceptos de género, de “lo femenino” y de “lo masculino” y con ellos se establece e imponen las identidades del sujeto/objeto mujer/hombre, correspondientes, sometidos, controlados y escindidos, por el lenguaje y por la acción cultural.
Hubo un tiempo y unas culturas en las cuales la identidad sexual del Homo-Humano se construyó a partir de un misterio solidario de mujer y de hombre, sin discriminación. Pero después ya no fue así. Es en las historias de esas culturas en las que habrá que buscar la existencia de aquella cultura “matricial” que se trocó en cultura “patricial”, para desde ellas poder establecer y diferenciar sus naturalezas y proponer una visión inclusiva y exclusiva de los sexos.
Filosofías, ciencias y artes, salvo en las diferencias evidentes e innegables, han considerado y homogeneizado sus reflexiones y estudios sobre los sexos como si se tratara de un único objeto con variaciones específicas, ello debido a la predominancia de los hombres y su modelo “patricial” en el ejercicio y desarrollo de esas actividades.
Las filosofías, en todas sus áreas, establecen su punto de partida, aún desde el mismo lenguaje, en la existencia de un Ser único y asexuado, con las mismas cualidades y características de origen y razón de Ser y Estar, las que se aplican por igual a los individuos de ambos sexos; homogeneidad predeterminada y mantenida históricamente desde la imposición de la visión simbólica, mítica y religiosa, “patricial”, sobre la diferente visión simbólica, mítica y religiosa, “matricial”, anterior.
Las ciencias, exactas y del hombre, consideran en sus estudios y conclusiones al cuerpo del Homo-Humano, salvo en sus diferencias físicas y funcionales evidentes, como unidad biológica, fisiológica, psicológica, lingüística, etc.
Las artes, con relativo éxito y pocas precisiones, han sido las únicas en considerar y tratar a mujeres y a hombres como seres propios y diferenciados que tienen en común algunas cualidades, características y manifestaciones, que comparten sus existencias en el espacio y en el tiempo, con sus diferencias y similitudes, sus necesidades y solidaridades, denunciando, a veces, los errores, equívocos, injusticias, desperdicios y terrores de esa visión y tratamiento homogeneizado.

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En el momento de la evolución en el cual algunos organismos se dividieron y formaron dos sexos para su reproducción, en ese proceso también tuvieron que dividirse otros componentes que al igual que los de la reproducción, debían completarse y complementarse para cumplir sus otras funciones primordiales: sobrevivir y adaptarse.
Como todo en la evolución, esos cambios y esas divisiones que si bien pueden ser fortuitos, nunca son gratuitos, siempre comportan costos y beneficios, aquellos que se pagan y se obtienen en la experimentación evolutiva y cuyos objetivos primordiales son: sobrevivir, reproducirse y adaptarse, lo demás... "vendrá por añadidura".
En esa división por sexos, la naturaleza debió seleccionar y privilegiar en asignar ciertos elementos y rasgos orgánicos para que cada sexo pudiera cumplir con la parte de las funciones que le correspondían y que, si bien tal división se realizó a partir de un diseño común, las ciencias ya han demostrado tanto la existencia y especificidad de tales diferencias biológicas, físico-químicas, estructurales y formales, entre uno y otro sexo, así como su necesaria finalidad.
Ahora bien y si la lógica opera, estas diferencias, como en el caso de la reproducción, al conectarse, se complementan, completan y armonizan para cumplir una función más allá de la que antes cumplían en la unidad, así como también la posibilidad de permitir la emergencia o expansión de nuevas cualidades o calidades funcionales.
Haciendo un salto expositivo, por muchos siglos la evolución experimentó con la reproducción bisexual hasta la emergencia del cerebro y de los mamíferos y con estos, hasta la aparición del Homo-Humano que es la especie que ahora me interesa por sus mujeres y hombres.

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Si se acepta que las naturalezas de la mujer y del hombre les son propias y diferenciables, así ambos sexos compartan elementos constitutivos y expresivos en común, es entonces posible afirmar que los actos y la actividad de la mujer le son propios y diferenciables de los del hombre, así estos, también, compartan rasgos y herramientas comunes.
La naturaleza de la mujer será la que es, más allá de lo que se denomina como “lo femenino” y se definirá como tal, pero nunca en comparación o contraposición o subordinación, a la naturaleza del hombre o con “lo masculino”, puesto que de esta manera las cualidades y características de cada sexo le son propias y diferenciables: percepción, sensaciones, imaginación, emociones, razón, etc., son y funcionan -aun cuando con similitudes- de manera propia y diferente, como individuos de cada sexo que son.
Una sencilla esquematización muestra que, desde el mismo momento de la fertilización del óvulo por parte del espermatozoide, se establece la diferencia de los sexos por la configuración de los cromosomas.
Mujeres y hombres comparten un diseño orgánico similar, con sus propias cualidades y características, pero que funciona y se desarrolla de manera diferente, aun cuando con similitudes. A manera de ejemplo, las diferencias propias y evidentes del cerebro, su funcionamiento y desarrollo en la mujer y en el hombre: ya se ha demostrado, entre otras cosas, que el cuerpo calloso, como otros sectores del cerebro, en uno y otro sexo, son y funcionan de forma propia para cada sexo. O, también, la predominancia en el funcionamiento y en el desarrollo de las funciones de los dos hemisferios cerebrales para mujeres y hombres, tal el caso del lenguaje para la mujer y las actividades lógico-matemáticas y espaciales para el hombre, etc.
Por las cualidades y características predominantes en el funcionamiento de los sistemas nerviosos de mujeres y hombres, el procesamiento y el funcionamiento de la información a partir de la percepción, tratamiento y posterior respuesta, se diferencia en las formas de sentir, imaginar, pensar, el Ser y Estar en sí mismos, con los otros y en el mundo, es decir, las formas cómo sienten, imaginan, piensan y responden a las dimensiones espacio-temporales y emocionales que los impresionan y afectan.
Para las mujeres, el espacio, el tiempo y las emociones, son y están sentidos, recordados y proyectados, siempre inmediatos y en presente, así se trate del acto concreto y actual como de los recuerdos pasados y las proyecciones futuras. Para ellas, el imaginar y el pensar se desplazan como una película cuadro a cuadro, desde el presente y hacia el pasado y hacia el futuro. Por ello, su memoria y recuerdos son y están casi fijos y determinados, los cuales, en lugar de ser modificados y trasformados por los nuevos sucesos, o se olvidan o se suman con la nueva información que estos aportan.
Para los hombres, el espacio, el tiempo y las emociones son y están sentidos mediatos y en permanente fluir como un río que fluye y modifica su cauce desde el presente y hacia el pasado y hacia el futuro de manera continua. Su memoria y recuerdos operan como un líquido fluyente al que se le agregan nuevos elementos del presente, del pasado y del futuro, que se mezclan e integran para producir un nuevo estado. Para ellos, el imaginar y el pensar funcionan como la concepción de un estado nuevo a partir de la información de los sentidos, de la experiencia, de la memoria y los recuerdos y de las nuevas informaciones que modifican al total.
El olvido en las mujeres funciona, con predominancia, por borrado y en los hombres funciona por trasformación.

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En este contexto, es bueno tener en cuenta la hipótesis propuesta por los investigadores españoles Francisco J. Ayala y Camilo José Cela Conde, publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), según la cual las mujeres (recolectoras) tienden a ser más conscientes de los objetos situados en su entorno y se fijan más en la posición de las cosas; los hombres (cazadores), en cambio, utilizan estrategias de orientación basadas en conceptos como la distancia y la situación respecto a los puntos cardinales. Estas diferencias están relacionadas con actividades diferentes en los dos hemisferios. "Por los resultados -pone como ejemplo Cela- podríamos deducir que a las mujeres les gusta más el arte abstracto porque intentan buscar unas coordenadas y lo asocian a la belleza, pero por ahora no hay pautas claras".
Como consecuencia de ello, proponen:

"Los cerebros de las mujeres y de los varones se activan de forma diferente cuando perciben algo hermoso, una curiosidad fisiológica que no tiene nada que ver ni con la cultura ni con la inteligencia, sino con las distintas formas que tienen ambos sexos de abordar la relación con los objetos. Mientras que en las mujeres entran en actividad inmediata los dos hemisferios cerebrales, en el caso de los varones el mismo cometido se efectúa con uno único, el derecho".

Con esto se plantea otro punto crítico para explorar la evolución y el desarrollo de las naturalezas propias del Ser Mujer y del Ser Hombre, puesto que tanto la evolución biológica como la evolución cultural intervienen en la formación y desarrollo de tales naturalezas, como bien lo vienen proponiendo las ciencias.

Por ejemplo, el antropólogo Roger Bartra, que en su libro: Antropología del cerebro. La conciencia y los sistemas simbólicos (Fondo de Cultura Económica, México, 2007), habla del cuerpo y de la cultura como un "exocerebro":

"La existencia de un exocerebro nos conduce a la hipótesis de que los circuitos cerebrales tienen la capacidad para usar en sus diversas operaciones conscientes los recursos simbólicos, los signos y las señales que se encuentran en el contorno, como si fueran una extensión de los sistemas biológicos internos. Los circuitos exocerebrales sustituirían las funciones simbólicas que no puede realizar el sistema nervioso. Sin embargo, ello no implica que no sea necesario buscar los códigos electroquímicos mediante los cuales opera el cerebro. En cierta forma esto extiende el problema de la búsqueda del enlace que unifica la actividad de varios conjuntos neuronales dispersos en el cerebro para lograr la imagen unificada de un objeto. Ahora hay que buscar también un enlace entre el cerebro y el exocerebro que no sea reducido a la burda noción de un contorno que emite señales o estímulos y un sistema nervioso que da entrada a la información para procesarla e instruir al cuerpo para que actúe en consecuencia.
(...)
El contorno exterior más cercano al cerebro es el propio cuerpo".

Roger Bartra, Antropología del cerebro. La conciencia y los sistemas simbólicos, Fondo de Cultura Económica, México, 2007, pp. 63 y 67.

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En este punto es interesante plantearse algunas preguntas paradójicas:
¿Se piensa con o por la cultura?
¿La cultura existe porque se piensa o se piensa porque existe la cultura?
La cultura, ese concepto de mil definiciones, todas válidas, todas evanescentes, que no viene al caso precisar ni revisar, me interesa con el fin de plantear la actividad de la evolución biológica y de la evolución cultural.
Cualquiera sea la postura científica o ideológica con la que se le comprenda, la evolución biológica funciona como un mecanismo de adaptación de los organismos a las condiciones ambientales y de acuerdo a las circunstancias, en un período extenso de tiempo.
Por su parte, la evolución cultural, propia del Homo-Humano, es aquella que adapta de manera expedita las condiciones ambientales a sus necesidades, en períodos breves de tiempo.
De acuerdo con las propuestas anteriores, se puede considerar la obviedad de que el Homo-Humano es el resultado de la actividad conjunta tanto de la evolución biológica como de la evolución cultural y que, en el momento en el cual emerge el cerebro humano como tal, también emergen la conciencia y la mente y con ellas, el ingenio, la imaginación y el pensamiento que inventan la cultura, pero lo que no es tan obvio, todavía, es qué, de todo ello, determina la naturaleza del Ser, Ser Mujer y Ser Hombre.
Con el objeto de plantear mis hipótesis, se me ocurre que uno de los muchos caminos que es necesario recorrer y el que ofrece buenas posibilidades interpretativas, congruentes con cualquiera otras, es el de considerar las diferencias de percepción y expresión de hombres y mujeres como aspectos definitivos y definitorios de sus respectivas naturalezas, con los cuales será posible empezar a diferenciar y proponer las definiciones propias del Ser Mujer y del Ser Hombre.

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A partir de todo ello se podría explicar, a manera de hipótesis descabellada, el que en el proceso de desarrollo expresivo y del lenguaje, la mujer exterioriza el lenguaje, a diferencia del hombre que, como demostró Lev S. Vigostski (1), lo interioriza. La mujer construye su realidad, su visión inmediata y mediata de sí misma, de los otros y del mundo, a través de la exteriorización del lenguaje que se origina en sí misma y que necesita de las respuestas de los otros para localizarse, momento a momento, en sí misma, frente a los otros y en el mundo. El hombre se formula su realidad, su visión inmediata y mediata de sí mismo, de los otros y del mundo, por la introspección del lenguaje que se origina en lo concreto, lo cual le produce y proporciona una respuesta, con la cual, al confrontarla con la respuesta de los otros y con el mundo, procede a identificar, denominar, significar y designar: en fin, trazar el mapa fluyente de su mundo.
Se puede afirmar entonces que serán estas diferencias biológicas y culturales las que determinen el resto de las cualidades y características propias y diferentes de los dos sexos, las cuales, a su vez, determinarán el desarrollo, funcionamiento y comportamiento en la cultura, durante el resto de la vida y de la existencia biológica, fisiológica, psicológica y cultural, de los individuos de cada sexo.
En estas condiciones, tanto la mujer como el hombre habitan en una realidad y en un mundo que les es propio, particular y así sean y estén en el mismo tiempo y espacio, los individuos de cada sexo se conectan y relacionan, actúan e interpretan, de acuerdo a su propia naturaleza y, en consecuencia, se relacionan, conectan, interpretan y actúan, interna y externamente, de manera propia y particular.
Tanto la mujer como el hombre se forman su propia y diferente visión y expresión de sí mismos, de los otros y del mundo y, consecuentemente, realizan su propia lectura y escritura de ello: analizan, interpretan, dotan de sentido y descubren conocimiento con herramientas similares pero con significados vitales y existenciales propios y particulares.
En fin, el asunto de las diferencias biológicas, culturales, perceptivas y expresivas y su incidencia en el desarrollo de mujeres y hombres amerita una investigación mayor que no es el asunto ahora.
Lo que si se puede afirmar, sin duda alguna, es que el mundo que construyen los Homo-Humanos es el resultado de la acción conjunta y complementaria de mujeres y hombres, pero que su bondad o perversidad depende de las cualidades y calidades de su actividad solidaria. El mundo es y será lo que de él hagan ambos sexos con sus similitudes y diferencias.

***

Una sustentación filosófica de esta propuesta se puede hacer a partir del texto de Edgar Garavito: Autonomía y heteronomía del discurso excluido, porque cuando yo digo: realizan su propia lectura y escritura, quiero decir que para mujeres y para hombres la connotación y la denotación, al igual que la vida en el lenguaje y lenguaje de la vida, son propios para cada sexo, además del resto de los fenómenos lingüísticos y psicológicos que hacen las diferencian individuales.
Esto es lo que propone Edgar Garavito para denotación:

“Propongo que alrededor del término denotación entendamos la apertura de una dimensión no designativa ni representativa que podría en múltiples casos substituir la designación y la representación y que implica un campo experimental del lenguaje inmanente y en devenir” (2).

De esta manera, se podrá demostrar que las señales, símbolos, signos: las imágenes y las palabras de las mujeres y de los hombres les son propias y diferenciables. Tanto la conceptualización, connotación y denotación como el uso de imágenes, símbolos, signos y palabras, son propios para cada sexo, aún y por sobre las similitudes y diferencias conceptuales y usos de individuo a individuo.
Para lograr identificar y establecer tal diferenciación es necesario plantearse y responderse previamente las preguntas que permitan desentrañar la naturaleza de mujeres y hombres: ¿Cómo perciben, sienten, imaginan, se emocionan, razonan y expresan su propio Ser y Estar en el mundo y sus relaciones con él y con los demás? ¿Cuál y cómo es el tratamiento propio y diferente que cada sexo hace de esas materias? ¿En qué se diferencian la lectura y la escritura de las mujeres de la de los hombres: contenido, formas, estilos, temáticas, preocupaciones existenciales, morales, éticas, políticas, sociales, etc.? ¿Qué connota y que denota el lenguaje para mujeres y hombres? ¿Qué expresan mujeres y hombres?
Preguntas estas que difieren de aquellas que se hacen los estudiosos de la escritura de las mujeres y de los hombres, más interesados en los aspectos éticos, políticos, sociales, psicoanalíticos, etc., así como en la comparación temática de tales escrituras: ¿Qué motiva la escritura de las mujeres? Lo que, en consecuencia, los restringe al ámbito, muy psicoanalítico, de los eventos psicológicos y de las formas impuestas por los hombres, impidiéndoles explorar en lo primordial de lo qué es Ser-Mujer y lo qué es Ser-Hombre, de “lo femenino” y de “lo masculino”.
Antes que a los eventos y las formas, es necesario explorar los procesos, los funcionamientos orgánicos, mentales y culturales y, a partir de ellos, determinar las causas, los desarrollos y las consecuencias de estos.
Estas segundas preguntas son circunstanciales, así sean también importantes, pero para poder responderlas adecuadamente es necesario haber respondido previamente a las primeras que son primordiales.

***

A manera de iniciación, es necesario preguntarse y responderse por la naturaleza de mujer y de hombre, antes que de “lo femenino” y de “lo masculino”; por la naturaleza de lo que los hace propios y diferenciables y por lo que de ello los sitúa en un Ser y Estar propio y diferente ante sí mismos, ante los otros y ante el mundo, ante su actuar y ante sus circunstancias: Ser-Mujer y Ser-Hombre.

Por ejemplo, tal y como lo planteó Georg Simmel:

“La diferencia entre los sexos, aparentemente una relación bipolar de dos términos lógicamente equivalentes, es sin embargo típicamente más importante para la mujer que para el varón. Es propio de la mujer que para ella sea más esencial ser mujer que para el varón el hecho de ser varón. Para el varón, la condición sexual consiste, por decirlo así, en hacer; para la mujer, en ser”.
[...]
“La realidad absoluta que representa la sexualidad o el erotismo, tomados como principio cósmico, se convierte para el varón en mera relación con la mujer; la relatividad que implica este ámbito como relación entre los sexos se convierte en cambio para la mujer en lo absoluto, en el ser-para-sí de su esencia”.
[...]
“El hombre conduce su vida y su actividad en el plano de la objetividad y, por tanto, más allá de la oposición entre los sexos. Por eso para él la sexualidad es sólo relación; relación con las mujeres. En cambio para éstas, cuyas últimas raíces se hunden en su condición de mujeres o son idénticas a ésta, la condición sexual es un absoluto, algo que es-para-sí, que adquiere en la relación con el varón sólo una manifestación, una realización empírica. No obstante, dentro de su esfera esta relación -precisamente porque es el fenómeno que refleja el ser fundamental de la mujer- posee para ella una importancia incomparable y ha conducido por eso al juicio, en su sentido más profundo y completamente erróneo, según el cual la esencia última de la mujer, en vez de descansar en sí misma, coincide con esta relación, se agota en ella. La mujer no necesita del varón "in genere" porque tiene ya, por decirlo así, la vida sexual en sí misma, como el absoluto cerrado en sí mismo de su esencia; pero cuando esa esencia ha de manifestarse como fenómeno, entonces necesita con mayor fuerza del varón como individuo. El varón, que se excita sexualmente con mucha mayor facilidad, porque no se trata para él de poner en movimiento la totalidad de su ser, sino tan sólo de una función parcial, precisa meramente de una atracción completamente general. De este modo se hace comprensible el hecho empírico de que la mujer se incline más por el varón individual, mientras que el varón desea más a la mujer en general” (3).

Agrega Georg Simmel:

“Por el contrario, la mujer permanece en sí misma, su mundo gravita en torno a su propio centro. La mujer se encuentra más allá de esos dos movimientos verdaderamente excéntricos, el deseo sensible y el de la trascendencia formal. Por eso mismo cabría decir de ella que es el auténtico "ser humano", que se mantiene más circunscrita a lo propiamente humano, mientras que el varón es "mitad bestia, mitad ángel" (4).

NOTAS
(1) Lev S. Vigostski, El desarrollo de los procesos psicológicos superiores, Crítica, Barcelona, 1989.
-- Lev S. Vigostski, Pensamiento y lenguaje, La Pléyade, Buenos Aires, 1987.
(2) Edgar Garavito, Escritos escogidos, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Medellín, 1999, p. 284.
Esta cita del ensayo: Autonomía y heteronomía del discurso excluido, p. 269-287, el cual explica esta propuesta de diferenciar la vida en el lenguaje y lenguaje de la vida, propias para mujeres y hombres. Agradezco a Alex Vélez Rodríguez el haberme puesto en contacto con los textos de Edgar Garavito.
(3) Georg Simmel, Sobre la aventura, el ensayo: Para una filosofía de los sexos, Península, Barcelona, 2002, pp. 94 y 97-98.
(4) Georg Simmel, Sobre la aventura, el ensayo: Para una filosofía de los sexos..., p. 102.

Capítulo 1: De la Gran Madre al Gran Padre

Capítulo 1
De la Gran Madre al Gran Padre


Por Iván Rodrigo García Palacios

En aquel tiempo los frutos de la tierra abundaban, las mujeres y los hombres vivían en igualdad y solidaridad (1). Las mujeres dedicaban su tiempo a parir, a cuidar de las crías, a cultivar y distribuir los alimentos, al mantenimiento de las habitaciones y del fogón y a las artesanías. Los hombres construían los lugares de habitación, recolectaban los alimentos del bosque y protegían a los miembros del grupo de las amenazas que cuasaba la naturaleza. Y, todos juntos, trataban de explicarse, con sus primeros gestos, señales y sonidos, los misterios y sucesos del mundo que los asombraban y aterraban con sus desmesuras; misterios y sucesos que atribuyeron a seres parecidos a ellos pero superiores y poderosos a quienes debían temer y congraciar: una Gran Madre generadora y protectora de la tierra, la que había parido al mundo y a muchos hijos.
Un día, aquella Gran Madre suspendió las lluvias, se secaron los ríos y los bosques, se congeló la tierra, hizo que la tierra se sacudiera y lanzara chorros de fuego, rocas y nubes de polvo hacia el cielo, los que ocultaron la luz del sol y la oscuridad se extendió por el mundo; los animales huyeron, los frutos se hicieron escasos, el hambre obligó a las mujeres, a los hombres y a sus crías, a errar por la tierra en busca de alimentos y, desde entonces, ya no fueron iguales ni solidarios.
En medio de su terror, desesperación y necesidades, los hombres culparon a la Gran Madre por sus desgracias y con ella, a las mujeres y, para que los protegiera de una madre tan cruel, invocaron un Gran Padre poderoso (2), generador y destructor que sometiera y dominara los poderes de la Gran Madre.
Aquellas cosmogonías y mitologías de la Gran Madre, “matriciales”, horizontales, solidarias e igualitarias, fueron sustituidas por las nuevas cosmogonías y mitologías invocadas por los hombres: “patriciales”, verticales, jerarquizadas y violentas, el Gran Padre que discrimina entre hombres y mujeres, fuertes y débiles, etc.
En las cosmogonías y mitologías “patriciales”, el motivo y figura de la mujer fue desplazada, sustituida, suplantada o sincretizada; de figura mítica protagónica, dadora de la vida y protectora de sus hijos terrenales, fue relegada a un papel sometido y sumiso de procreadoras, fuentes de placeres sexuales y servidoras domésticas de los dioses hombres. Y, aquellos poderes secretos y misteriosos de las mujeres que ni los dioses ni los hombres pudieron dominar, excluir o extirpar, los transformaron en causas del mal y del peligro con el fin de estigmatizarlos y perseguirlos.
La más refinada forma para someter aquellos poderes de la mujer al dominio del hombre la impuso la Iglesia Católica, cuando, por decreto, le otorgó el privilegio de ser dueña de un alma (3), no precisamente para reconocerla como igual con el hombre, si no para convertirla en una imagen sublimada e idealizada, en esclava, en servidora inocua e inofensiva, en inspiración y descanso del guerrero: La mujer que pisa la cabeza de la serpiente y somete, en sí misma, el misterio de su poder, ese ámbito sagrado, no revelado, anterior al “logos”, que asusta, desafía y subvierte, al poder masculino.
Esos dioses hombres que remplazaron y sometieron a las mujeres, se encarnaron en figuras míticas de guerreros, conquistadores, procreadores y proveedores. Seres poderosos que a su vez otorgaban el poder y sus poderes superiores a hombres terrenales privilegiados.
“Así como es arriba es abajo”. Esas cosmogonías y mitologías “patriciales” de los hombres se convirtieron en el modelo para la existencia cotidiana de las mujeres y los hombres terrenales.
Y fue Babel. Escindidos en su imaginario, las mujeres, sometidas al poder sexual y procreador, y los hombres, guerreros, conquistadores, dueños de vida y bienes en la tierra, iniciaron su dispersión por la tierra, con una lengua impuesta y dominante, controladora y confusa, también escindida. Una lengua en la que la vida que palpita está condenada a la clandestinidad, la represión y la persecución. Una lengua enfrentada en su propio seno en una lucha que excluye por igual a la vida, a las mujeres y a los hombres (4) y que, en su patológica escisión, destruye la verdadera fuente, la verdadera naturaleza del Ser Humanos: la vida natural de la que emana el espíritu, como lo planteara George Santayana (5).
Y desde entonces, mujeres y hombres, vagan por la tierra, en guerra perpetua consigo mismos y con el mundo; extrañados de su propia naturaleza y de la Naturaleza.

NOTAS

(1) Solidaridad: es la unión voluntaria de las fuerzas individuales en un grupo o comunidad para enfrentar al miedo y el peligro y satisfacer las necesidades de todos con equidad.
(2) Poder: unir, someter y dominar por la fuerza y el miedo a los miembros de un grupo o comunidad en beneficio de los más fuertes.
( 3) María Zambrano, Eloisa o de la existencia de la mujer, citado por Jesús Moreno Sanz, en La razón en la sombra, antología crítica, Siruela, Barcelona, 2004, pp. 453-454-455:
“Pero es el hombre solamente quien así vive. A pesar de que la Iglesia Católica, en uno de sus primeros Concilios, decidiera -por mayoría de votos- la posesión de un alma por la mujer, la igualdad metafísica no se verificó. Diríase que, en efecto, la mujer se supo dueña de un alma y se identificó con ella, pero no se supo espíritu, afán creador. No participó de la furia varonil por la existencia, ni por lo tanto, de su soledad. El alma nunca está sola. Por el contrario, ya Aristóteles dice que “el alma es en cierto modo todas las cosas”; y “que es como una mano”. Espacio de limites desconocidos donde pueden entrar todas las clases de seres, los diferentes géneros de realidad, en contacto con todas las cosas a condición de no lanzarse como el espíritu, o el “animus”, a buscar la libertad.
El hombre estaba solo y a su lado la mujer era el signo más claro e insoslayable de la persistencia de ese mundo del alma y de las realidades que no viven en la libertad. Si el espíritu creador es divino, el mundo del alma -de la mujer- es sagrado, es decir no revelado. Mundo anterior al “logos”, entra en contacto con el “logos” mediante el ofrecimiento de sus entrañas para que en ellas se realice; se haga corpórea realidad; carne y alma.
La mujer no participaba en la libertad del varón medieval; tampoco había participado en el descubrimiento del “logos” que la Filosofía hiciera en Gracia; ajena al mundo del “logos”, llevaba la perduración del mundo anterior y tendría que ser la máxima resistencia para la masculina libertad y su infinito anhelo de existir.
Así el varon ha de crear también a la mujer, poniéndola al servicio de su voluntad. Beatriz, la mediadora, la más clara imagen de la “dama”, es una idea para que sirvió de “materia” la Beatriz real. Bajo el amor platónico del caballero y de la poesía medieval, se deja sentir que la mujer es sólo el símbolo del querer masculino; la unidad ideal que el ánimo varonil necesita para desplegar su ímpetu. La dama lejana e inasequible unifica los tumultuosos instintos y ofrece un objeto en cuyo nombre el varón se atreverá a querer lo que de modo directo tal vez no podría. Imagen que por su atracción pone “fuera de sí” al varón, que se lanza a existir. El amor de la dama sostiene la voluntad metafísica del varón.
La mujer queda encerrada por el hombre dentro de una imagen sagrada. En ella se aparta, y se conserva a un tiempo, esa realidad persistente, indefinible y reacia. Una manera, quizás la más bella y creadora que tiene el hombre de tratar con lo sagrado -extraño e indefinible-, es reducirlo a una imagen... El proyectar una realidad en imagen es una manera de preservarse de ella, alejándola. Pero con esa ambivalencia propia de lo sagrado, la imagen que lo aleja mantiene al mismo tiempo su contacto. Y así el varón medieval, al crear la “imagen sagrada” de la mujer, se preserva de ella, asegurándose su presencia; la confina y la mantiene en todo el esplendor de su belleza, de tal manera que la antigua resistencia se convierte en instrumento de su querer.
La realidad que no es apresable en conceptos, puede, sin embargo, apresarse en imágenes. La imagen es más activa, más eficiente que el concepto, como si fuese la forma adecuada para esa realidad infinitamente activa, no sometida al “logos” y, por tanto, de la que todo puede esperarse y todo puede temerse. Las imágenes revelan esa realidad manteniéndola dentro de unos límites dóciles, en cierto modo, al querer del hombre que ante ellas se postra. Y al adorarlas y contemplarlas se alimenta de su fuerza, sin entrar en litigio; sin ofrecerle cosa distinta que lo que puede. La imagen preserva al hombre de ser destruido por la realidad que, sin ella, le acometería siguiendo su ley y apetencia propias. Y así lo sagrado se ha vertido siempre en imágenes, transformándose en protectora presencia. Al objetivarse la temible y atrayente realidad, deja espacio para la existencia de su adorador, que conquista, con su adoración, su independencia”.
(4) Edgar Garavito, Escritos escogidos, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Medellín, 1999. El ensayo: Autonomía y heteronomía del discurso excluido, pp. 269-287.
(5) George Santayana, Platonismo y vida espiritual, Trotta, Madrid, 2006, p. 57.

Introducción: Ser y Palabra de mujer

Introducción:
Ser y Palabra de mujer


"Si el físico puede llegar a conocer aquello que hemos llamado un fenómeno primigenio, queda entonces aliviado, y el filósofo con él. El primero porque está convencido de haber llegado a los límites de su ciencia, de que se encuentra en las alturas empíricas, desde donde, hacia atrás, puede vislumbrar la experiencia en todos sus niveles, y, hacia adelante, el reino de la teoría, donde puede penetrar. El filósofo queda aliviado porque toma del físico algo último, que para él se convierte en algo primero".
J. W. Goethe, Teoría de los colores.

Por Iván Rodrigo García Palacios

En nombre de la Verdad los Homo-Humanos, al tiempo que han logrado las realizaciones más sublimes, se han dicho las más grandes mentiras y cometido las peores atrocidades.
La peor de esas Verdades y la que apenas ahora empieza a ser subvertida, es aquella que sostiene que mujeres y hombres son iguales, pero que sólo existe un Ser, mejor dicho, que el Ser es un algo andrógino, homogéneo, pero masculinizado, como si no existieran suficientes diferencias ontológicas, fenomenológicas y biológicas entre las naturalezas de mujeres y de hombres como para reconocer que los géneros de los miembros de la especie son propios, similares, pero diferentes, tanto ontológica y fenomenológica como biológicamente, y que comparten un destino común y complementario, el que deben cumplir de manera solidaria.
Es una guerra que se ha hecho más cruenta y perjudicial desde que los filósofos y los científicos empezaron a disputarse como únicos amos y señores de una propiedad privada y exclusiva: la Verdad, la cual dejó de ser atributo para convertirse en trofeo de guerra.
Hombres y mujeres, sentir y pensar, imaginación y razón, filosofía y ciencia, son la esfera del "Ying y el Yang" de una especie cuyo fin y destino es el mismo.

***

De acuerdo con las leyes de la evolución biológica y cultural, en los organismos todos y cada uno de los mecanismos y sus funcionamientos cumplen funciones propias, necesarias y útiles para lograr los tres grandes objetivos de su existencia, los tres instintos determinantes de la vida: supervivencia, reproducción y adaptación y en las especies sexuadas esos objetivos se logran cuando un sexo completa y complementa al otro. Para existir, se necesitan.
La biología de mujeres y hombres se desarrolla a partir de un diseño similar en el que buena parte de las funciones son diferentes y propias para cada sexo, es decir, como especie son semejantes, pero nunca iguales; se completan y son complementarios, pero nunca subordinados.
Las ciencias biológicas, en sus investigaciones más recientes, están demostrando que, además de las diferencias evidentes entre los sexos de la especie, como en la reproducción, existen mecanismos y funcionamientos propios y diferenciados en todos los demás aspectos, los cuales se complementan para la realización de aquellos grandes objetivos e instintos.
En ese sentido, cada uno de los sexos de la especie, posee cualidades y calidades propias que completan y complementan las del otro, en particular y en general. Se podría decir que los individuos de cada sexo están biológica y culturalmente especializados para el ejercicio de sus funciones y actividades y que esas cualidades y calidades, más que un conjunto, son una comunidad que, además de funcionar por necesidad, debe funcionar por solidaridad.
Para obviar lo evidente, este funcionamiento por solidaridad obliga a contemplar los aspectos más complejos de la naturaleza del Homo-Humano: la formación, desarrollo y funcionamiento del cerebro y la formación, desarrollo y actividades de la mente y con ella, la cultura.
En primer lugar, es necesario partir de las ya evidentes diferencias y similitudes del cerebro que es donde se origina esa mente.
Los cerebros de mujeres y hombres se diferencian en aspectos formales y físicos y tales diferencias causan y producen diferencias funcionales en la formación, desarrollo y funcionamiento de la mente, muchas de ellas ya demostradas por las neurociencias, pero también, muchas de ellas oscurecidas bajo la consideración homogeneizada del cuerpo humano.
Es por esas diferencias físicas, formales y funcionales que en el cerebro de mujeres y hombres se forma, desarrolla y funciona una mente propia para cada sexo, con sus propias y particulares cualidades y calidades de percepción, sensación, imaginación, razón, expresión, etc. y, por supuesto, con la propia y particular visión de sí mismos, de los otros y del mundo, las cuales, como en lo biológico, se completan y complementan para el cumplimiento de los fines y destino biológico y ontológico propios de la especie y, más allá, en sus realizaciones existenciales y espirituales.

El círculo perverso de la misoginia

El círculo perverso de la misoginia:

segregar = incomunicar

exfoliar = deshojar

expoliar = despojar

excluir = descartar

expoliar = arrebatar

exterminar = desaparecer

excomulgar = segregar


Por Iván Rodrigo García Palacios

Definición

Los mecanismos del poder poseen la perversa capacidad de convertir las palabras y conceptos en trampas genéricas en las que atrapan a todos y todo lo que se les opone, real o hipotéticamente, para neutralizarlos o destruirlos. Para ello vacían o caotizan de sentido a las palabras y conceptos, de tal forma que cualquier interpretación, actitud, creencia, condición, cualidad, etc., es posible de ser incluida o excluida a conveniencia.

Es así como palabras como misoginia, terrorismo, hereje y tantas otras, sirven para perseguir y destruir o, por lo menos, neutralizar, a todos aquellos que reclaman o puedan reclamar el libre ejercicio y disfrute de su dignidad de seres humanos.

En el caso de la misoginia, se ha caotizado hasta tal punto su sentido que en esa palabra y en ese concepto se incluyen y utilizan como cadalsos tantas posibilidades que es casi imposible escaparse de su inquisición. Pero, peor aún, es casi imposible delimitar el concepto para su análisis y definición.

En ese movedizo territorio en necesario intentar responderse a la pregunta: ¿Qué es realmente la misoginia?, para así, al menos, poder diferenciar lo qué es de lo que supuestamente es.

Para empezar, la definición oficial del diccionario de la RAE, coloca la definición de la palabra en el territorio de las emociones: "Misoginia: aversión u odio a las mujeres", por su origen etimológico griego, lo que, de entrada, la define como una patología psicológica y sociológica, a la cual hay que aceptar y tratar como tal, pero que al mismo tiempo impide el que se considere, no ya su causa natural, sino el origen cultural, no de la emoción, sino del imaginario en el cual se produce. Ese imaginario en el cual se identifica, denomina, significa, designa, connota y denota, el concepto y la palabra, tanto para esa perversa interpretación como para una posible interpretación y definición propia, consecuente y pertinente.

Sin aventurarme a una exploración exhaustiva que otros ya han realizado con mayor propiedad, parto del punto en el cual las cosmogonías y mitologías "patriciales", para imponer su poder, no sólo desplazan el motivo y la figura de la mujer de su posición de complementariedad con la del hombre, como era en las cosmogonías y mitologías "matriciales", sino que la transforman en subordinada y la estigmatizan como origen del mal, para poder someterla a todo tipo de manipulaciones en el imaginario y, en consecuencia, en la realidad.

De esa manera, la imaginación y la razón, no han hecho otra cosa que ampliar y profundizar la confusión y el conflicto, sin posibilidades de salir del círculo perverso.

Si se quiere romper ese círculo, es necesario empezar por desmontar el mecanismo, primero, en el imaginario y segundo, en el lenguaje. Es necesario aceptar que mujeres y hombres no son ni iguales ni subordinados, sino, y no por el contrario, son propios y complementarios, en la realización de su destino biológico y ontológico.

De esa manera, la misoginia sería una palabra y un concepto referido a la absurda concepción de mujeres y hombres en conflicto por el poder y el dominio, y lo misógino, ahora sí, es una patología, psicológica y sociológica, en la que los hombres violentan la naturaleza de las mujeres para imponer su poder y dominio sobre ellas, ahora si: aversión y odio a las mujeres.

Entonces, misoginia necesita otra definición: desconocer la naturaleza de la mujer como complemento biológico y ontológico de la especie.

Si se acepta un concepto y definición como esa, mujeres y hombres podrán ser dotados de un propio Ser, de su propia naturaleza y de una propia Palabra, para que así se complementen en la conformación de la Humanidad.

Ese es el punto del que es necesario partir para poder trazar ese otro círculo cuyo centro está en todas partes.

***

Lo femenino y lo masculino son modelos propios y estereotipados que la cultura desarrolla para determinar el comportamiento de mujeres y hombres, negando, homogenizando y masculinizando las naturalezas del Ser Mujer y del Ser Hombre.

Ontológica y fenomenológicamente se ha homogenizado y masculinizado el Ser a partir del Ser Hombre, el mismo que se aplica para el Ser Mujer. No existe una real diferenciación de esos Ser. Por lo tanto, no existe tampoco un Ser Hombre, como tal, excepto como sujeto que ejerce el poder.

En ese contexto, la misoginia posmoderna se manifiesta obligando a la mujer a ser y a comportarse como hombre, pero no se le reconoce su Ser-Mujer. Como tal, se continúa segregándola, exfoliándola, excluyéndola, expoliándola.

Al mismo tiempo que ese modelo de misoginia homogeniza al hombre y a la mujer, masculinizándolos a ambos, le impone al hombre un modelo de ser y comportarse tan feminizado, como tan masculinizado es el modelo de la mujer. Eso significa la metro-sexualidad: la androginización y estroginización de los sexos.

La mujer tiene alguna igualdad de derechos y deberes siempre y cuando se comporte y responda como hombre, excepto en el ámbito de lo doméstico.

La mujer puede invadir al ámbito masculino siempre y cuando actúe como hombre. Y, el hombre actúa en el ámbito doméstico por concesión y no por derecho ni deber.

***

Las más primitivas de las misoginias condenaron a las mujeres al silencio. Esas son las misoginias que heredan y desarrollan los griegos en su cultura y que extreman en su teatro:

Sófocles, Áyax (v. 293):

"¡Mujer, el silencio es un adorno en la mujer!".

A las mujeres griegas se les encerró en el ámbito de lo doméstico, sin posibilidades de actuación en el ámbito público. Y, en el peor de los casos, se pidió a Zeus su exterminio.

El caso más extremo de misoginia en el teatro griego es el que expone Eurípides en Hipólito (vv. 616-624 y vv. 645-650):

"Oh Zeus... si deseabas / sembrar la raza humana / no debías haber recurrido a las mujeres / para ello, sino que los mortales, / depositando en los templos ofrendas de oro, hierro o cierto peso de bronce / debían haber comprado la simiente / de los hijos, cada uno en proporción / a su ofrenda y vivir / en casas libres de mujeres".

Y en Medea (vv. 573-575):

"Los hombres deberían engendrar hijos de alguna otra manera y no tendría que existir la raza femenina: así no habría mal alguno para los hombres".

De esta herencia griega se nutre la cultura occidental.

El encierro y segregación de las mujeres por parte de las ideologías religiosas consistió en confinar a la mujer en un imaginario mítico sin expresión en el mundo concreto, excepto en el ámbito el doméstico.

El imaginario judeo-cristiano, que ha dominado la cultura occidental, instauró los mitos de "María" y su contraimagen, "Melusina".

***

La misoginia del siglo XIX fue una reacción en contra del reclamo, por parte de las mujeres, al reconocimiento pleno de sus derechos políticos, sociales, económicos, religiosos, etc., en igualdad de condiciones a los de la Declaración de los Derechos del Hombre de la Revolución Francesa, tal y como las mujeres lo exigieron: el ejemplo de este reclamo es Olympe Marie de Gouges, quien presentó la Declaración de los Derechos de la Mujer.

Los mecanismos de segregación, exfoliación, exclusión y expoliación, de la mujer por parte de las misoginias del siglo XIX y XX, fueron tomados de las ciencias naturales y de las ciencias del hombre que empezaron a demostrar las diferencias biológicas y fisiológicas de mujeres y hombres y las consecuencias en las naturalezas de sus psicologías.

De tales diferencias, se privilegió lo que se denominó la histeria o histerización de la mujer, definida tendenciosamente por Freud y validada por el psicoanálisis y extendida a las demás ciencias del hombre. Esa condición todavía se mantiene en los ámbitos de la psicología, quizás con menor carga misogínica, pero igualmente discriminatoria. Ahora se denomina neuroticismo a la mayor inestabilidad emocional de las mujeres.

Tal diferenciación y conceptualización biológica y psicológica no afectó ni puso en duda ni discusión, para nada, el concepto ontológico ni fenomenológico del Ser homegenizado y masculinizado de la filosofía. Salvo en lo político, como motivo de lucha feminista.

La filosofía continúo encerrada en su "torre de marfil" idealista y cristiana.

Por su parte, las feministas concentraron sus reivindicaciones en conceptualizaciones y luchas históricas, políticas y sociales, y poco más en las definiciones ontológicas y fenomenológicas propias de la naturaleza del Ser-Mujer.

En el campo de las ciencias, salvo la investigación y estudio sobre las diferencias evidentes, es poco lo que se explora en la naturaleza propia de la mujer.

***

Hoy se les concede a las mujeres voz y voto, siempre y cuando actúen y piensen como hombres. Pero no existe voz ni voto para su Ser Mujer.

Los derechos como Ser-Mujer se mantienen restringidos y son motivo de luchas sociales, políticas, religiosas, etc.

Son parcial y paradójicamente, dueñas de su cuerpo para el sexo y la reproducción, pero no para decidir sobre ello.

Igual sucede para los demás ámbitos de expresión del Ser Mujer: sentir y pensar, su ser y estar en el mundo. Por ello se cuestiona su Ser cultural en lo intelectual, lo estético, lo científico, lo político, lo económico, lo jurídico, lo social, etc., excepto como adorno del hombre. Han ganado algún espacio en independencia económica, pero pagando un alto costo por ello: renunciar a su naturaleza de mujer.

La participación de las mujeres en las dos grandes guerras del siglo XX, que les permitió acceder al poder y a la igualdad frente al hombre, hizo que las ideologías y los poderes "patriciales" replicaran con el modelo metrosexual posmoderno, algo así como la reinstauración del modelo andrógino clásico.

Por su parte, las feministas respondieron con la reinstauración de la leyenda de las Amazonas.

Política y socialmente, el escenario cultural posmoderno ofrece tres modelos:

El primero: el varón fascista, macho o machista, homofóbico.

El segundo: el andrógino metrosexualisado determinado por la sexualidad y en el cual se empieza a dar cabida a los modelos homosexuales y transexuales.

Este segundo modelo es tan perversamente complejo que se apoya en un hedonismo y un eudemonismo consumistas. El placer y la felicidad se compran en los centros comerciales y se disfrutan con la sexualidad, en la cama.

El tercero, la mujer Amazona, feminista.

Quedarían como anacronismos, el modelo de la mujer doméstica, confinada y silenciosa que todavía perdura en algunas culturas aisladas y en los fundamentalismos político-religiosos y los modelos de la mujer santa o bruja: "María y Melusina", que persisten.

Esos modelos son los que determinan la existencia y actuación de mujeres y hombres en la actualidad.
 
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