viernes, 4 de septiembre de 2009

Lisístrata: Sexo y Poder

Capítulo 6

Lisístrata: Sexo y Poder

Por Iván Rodrigo García Palacios

Lo que Aristófanes propone en Lisístrata es la confrontación de sexo y poder, de una manera mucho más explícita que la habitual interpretación que se le atribuye sobre la intervención de las mujeres en asuntos públicos, políticos y en gobierno del Estado. Estos asuntos son tratados por Aristófanes de manera evidente en La asamblea de las mujeres.
Los propósitos de la protesta -que no rebelión- de las mujeres son los de detener la guerra, lograr que las ciudades griegas pacten la paz y que se unan contra el enemigo común. En ningún momento las mujeres se proponen ni subvertir el Estado ni derrocar al gobierno de los hombres ni tomarse el poder por la fuerza.
Cuando se presenta el tema de la administración del gobierno, es sólo como una exhortación a los hombres a administrar la vida pública tal como las mujeres organizan el mundo privado, el hogar. La otra mención que se hace del tema, es como respuesta a las burlas de los hombres sobre la incapacidad de las mujeres para manejar asuntos tan serios y graves. Estos asuntos son también tratados con amplitud en La asamblea de las mujeres, pero ese es otro asunto.
En otros niveles de interpretación, se puede deducir y afirmar que, en Lisístrata, Aristófanes presenta una confrontación más velada y profunda: las mujeres subvierten El Poder de los hombres o, como prefieren llamarlo las ideologías: El Poder Masculino o Patriarcal.
Esta subversión se dirige contra los fundamentos del poder de los hombres al atacarlos en aquellos asuntos en los que ellos lo sustentan: los privilegios de sus monopolios del uso y manejo del sexo, del dinero y de la violencia. Pero nunca como una suplantación de poderes, sino como asuntos de mutua competencia.
Se podría pensar que es en Aristófanes donde se inspirarán, primero, la Ilustración, como lo hace Kant, para proponer la complementariedad de los sexos y, segundo, las mujeres de la Revolución Francesa para exigir la igualdad.
***
Una lectura de Lisístrata, a partir de esos puntos de vista, ofrece un campo de análisis, interpretación y dotación de sentido, en el que se puede contemplar esta confrontación directa de sexo de mujer contra poder de hombre.
Esta confrontación se realiza a partir de cómo las mujeres entienden qué los hombres las consideran a ellas, las mujeres: por la sexualidad y por la servidumbre doméstica, aspectos en los cuales los hombres imponen y ejercen su poder sobre ellas por medio del uso privativo del sexo, del dinero y de la violencia. Ellas, por su parte, invierten esos mismos medios, convirtiéndolos en sus armas de lucha para utilizarlos contra ellos, con bastante éxito.
En ningún momento las mujeres amenazan ni a las instituciones ni al gobierno ni al Estado, como tales, ni mucho menos a la tradición de que sean los hombres los que los administren, lo que ellas se proponen, es obligarlos a tomar una decisión sobre un asunto puntual que afecta a mujeres y hombres por igual: la guerra y la paz.
Sin embargo, en el proceso de su protesta, las mujeres, además de ese objetivo puntual, subvierten otra tradición civil y religiosa más profunda y arraigada: al lanzarse a las calles y tomarse los lugares sagrados, las mujeres rompen el silencio y el encierro al que están condenadas por la ley secular: las mujeres no hablan ni actúan en lo público.
El otro asunto de importancia en Lisístrata, es el rechazo contra los prejuicios de Eurípides, quien tenía fama de misógino por representar en escena las pasiones femeninas, prejuicios que se encuentran bien arraigados en la cultura machista de los griegos:
EL CORIFEO. No hay poeta más sabio que Eurípides, pues ninguna criatura es tan desvergonzada como las mujeres.
***
Si bien el plan de Lisístrata es el de presionar a los gobernantes de las ciudades griegas, negándoles a los hombres todos los servicios sexuales y domésticos, para que desistan de la guerra y unidos pacten la paz y enfrenten al enemigo común, ese es apenas el motivo o propósito general y el tema que inspira la unión y decisión de las mujeres, pero y muy pronto y por el resto de la obra, la acción se establece y se mantiene sobre la confrontación que ellas hacen al poder sexual y económico, violento y político, de los hombres y contra las formas de su dominación.
Pero, en primer lugar, ellas tienen que tienen que enfrentarse contra sus propias debilidades y flaquezas:
LISÍSTRATA. Ay, Cleonice, me hireve la sangre. Me da vergüenza de ser mujer... Y dicen los hombres que somos de lo peor, malignas, astutas... ¡bah!
CLEONICE. ¡Y muy que sí...! pero así nos hizo Zeus... ¿qué quieres?
LISÍSTRATA.... y cuando se les ha dicho que se reúnan aquí para deliberar sobre un asunto nada trivial se quedan dormidas y no vienen.
CLEONICE. Ya vendrán, querida. Difícil resulta para las mujeres salir de casa: una anduvo ocupada con el marido; otra tenía que despertar al criado; otra tenía que acostar al niño; otra lavarlo; otra darle de comer.
LISÍSTRATA. Pero es que había para ellas otras cosas más importantes que ésas.
CLEOLICE. ¿De qué se trata, querida Lisístrata, el asunto por el que nos convocas a nosotras las mujeres? ¿En qué consiste, de qué tamaño es?
LISÍSTRATA. Grande.
CLEONICE. ¿Es también grueso?
LISÍSTRATA. Sí, por Zeus, muy grueso.
CLEONICE. Entonces, ¿cómo es que no hemos venido? (Piensa en el pene).
LISÍSTRATA. No es eso que piensas: si no, ya nos habríamos reunido rápidamente. Se trata de un asunto que yo he estudiado y al que he dado vueltas y más vueltas en muchas noches en blanco.
CLEONICE. Seguro que es delicado eso a lo que has dado vueltas y vueltas.
LISÍSTRATA. Sí, tan delicado que la salvación de Grecia entera estriba en las mujeres.
CLEONICE. ¿En las mujeres? Pues sí que tiene pocas agarraderas.
LISÍSTRATA. Cuenta que están en nuestras manos los asuntos de la ciudad; si no, hazte a la idea de que ya no existen los peloponesios....
CLEONICE. Mucho mejor que ya no existan, por Zeus.
LISÍSTRATA.... y de que los beocios perecerán todos, por completo.
CLEONICE. No, todos no; excluye las anguilas.
LISÍSTRATA. De Atenas no voy a pronunciar nada de ese estilo: adivina tú mis pensamientos. Pero si se reúnen aquí las mujeres, las de los beocios, las de los peloponesios y nosotras, salvaremos todas juntas a Grecia.
CLEONICE. Y, ¿qué plan sensato o inteligente podrían realizar las mujeres si lo nuestro es permanecer sentadas, bien pintaditas, luciendo la túnica azafranada y adornadas con el vestido recto y con las zapatillas de moda?
LISÍSTRATA. Pues eso mismo es lo que espero que nos salve: las tuniquillas azafranadas, los perfumes, las zapatillas, el colorete y las enaguas transparentes.
CLEONICE. Y, ¿de qué manera?
LISÍSTRATA. Y sí. Porque de hoy en adelante no se verá hombre con lanza en contra de los otros.
Más adelante se expone el plan de Lisístrata:
LAMPITO. «Dinos lo que quieres que hagamos.»
CLEONICE. Sí, por Zeus, querida, dinos ese asunto tan importante que te traes entre manos.
LISÍSTRATA. Yo lo diría, pero antes de decirlo os voy a preguntar una cosa, algo de poca monta.
CLEONICE. Lo que tú quieras.
LISÍSTRATA. ¿No echáis de menos a los padres de vuestros hijitos, que están lejos, de servicio? Pues bien sé que todas vosotras tenéis al marido lejos de casa.
CLEONICE. Mi marido, por lo menos, cinco meses lleva fuera, pobre de mí, vigilando a Éucrates en Traria.
MÍRRINA. Pues el mío, siete meses completos en Pilos.
LAMPITO. «Y el mío, si alguna vez viene del frente, coge el escudo y desaparece volando.»
LISÍSTRATA. Y ni siquiera de los amantes (*) ha quedado ni una chispa, pues desde que los milesios nos traicionaron, no he visto ni un solo consolador de cuero de ocho dedos de largo que nos sirviera de alivio «de cuero.». Así que, si yo encontrara la manera, ¿querríais poner fin a la guerra con mi ayuda?
(*) Cree Wilamowitz que «amante» no se refiere a un hombre, sino al consolador de cuero (ólisbos) que se menciona más adelante. Estos instrumentos se fabricaban en Mileto, en Asia Menor, y por ello dejan de verse cuando la ciudad se aparta de la alianza ateniense a raíz de la derrota en Sicilia).
CLEONICE. Yo sí, por las dos diosas, desde luego, aunque tuviera que empeñar el vestido este curvilíneo y... bebérmelo el mismo día.
MÍRRINA. Pues yo, me dejaría cortar en dos y daría la mitad de mi persona, aunque pareciera un rodaballo.
LAMPITO. «y yo, hasta me subiría a lo alto del Taigeto, allí donde pudiera ver la paz.»
LISÍSTRATA. Voy a decíroslo, pues no tiene ya que seguir oculto el asunto. Mujeres, si vamos a obligar a los hombres a hacer la paz, tenemos que abstenernos...
CLEONICE. ¿De qué? Di.
LISÍSTRATA. ¿Lo vais a hacer?
CLEONICE. Lo haremos, aunque tengamos que morirnos.
LISÍSTRATA. Pues bien, tenemos que abstenernos del cipote. ¿Por qué os dais la vuelta? ¿Adónde vais? Oye, ¿por qué hacéis muecas con la boca y negáis con la cabeza? ¿Por qué se os cambia el color? ¿Por qué lloráis? ¿Lo vais a hacer o no? ¿Por qué vaciláis?
CLEONICE. Yo no puedo hacerlo: que siga la guerra.
MÍRRINA. Ni yo tampoco, por Zeus: que siga la guerra.
Más adelante vendrán las dudas y temores de las mujeres a ser abandonadas por los hombres y su disfrute del sexo y amparo económico.
***
El objeto y tono sexual de la obra están marcados evidentemente, primero, en el uso del lenguaje de expresiones obscenas y sexuales alegóricas y metaforizadas. Segundo, desde el mismo momento en el que se inician las acciones, cuando hacen entrada en escena las primeras mujeres, Mirrina (relacionada, etimológicamente, con mýrtos, "mirto, clítoris"; el nombre propio podría ser Clitorina. Myrrinon es el adjetivo derivado de «mirto» y es, al tiempo, una de las múltiples denominaciones del glande), la primera y, enseguida, Lampito (de la raíz de lámpô, a saber, "la que reluce o brilla"; el nombre propio podría equivaler a Reluciente), la de Beocia y la mujer de Corinto, las que motivan la alusión más directa, en la voz de Lisístrata, al sexo de la mujer como protagonista de la acción:
LISÍSTRATA. Sí, por Zeus, muy de Beocia: ¡menuda llanura tiene!
(Beocia se conocía como una llanura de gran fertilidad. Se utiliza aquí edíon con un doble significado, de «llanura» y de «sexo de la mujer»).
CLEONICE. Sí, por Zeus, y se ha depilado muy elegantemente el poleo.
(El poleo entendido como mala hierba en la llanura, aludiendo al vello púbico de la beocia).
Y, también, el "prado"(tò pedíon) es la parte externa del sexo femenino; el "poleo" (blēchō) alude al monte de Venus; la depilación, por lo demás, era común entre las atenienses de la época.
Será ese el sexo que marca el punto clave de la interpretación y, por supuesto, el que define la confrontación entre los sexos, cuando Mirrina se niega, picarescamente al coito con su marido Cinesias (otro nombre parlante; de la misma raíz que kinéô, "mover", "excitar", "joder", es decir, "el que mueve, agita", referido, claro está, al pene, o, simplemente, "el que jode"; el nombre propio equivaldría, pues, a Jodedor), con el fin de obligarlo a que tanto él como los demás hombres acuerden el fin de la guerra, en la escena que de manera tajante establece el tono del poder del sexo de la mujer sobre el hombre y determina el desenlace de la comedia:
CINESIAS. ¿Me quieres? ¿Por qué, entonces, no te has acostado, Mirrinita?
MIRRINA. ¡Tontísimo!¿Delante del niñito?
C. No, por Zeus; ¡llévate a casa a éste, Manes!
Hete aquí que el niñito ya se ha ido, mas tú no te acuestas.
M. ¿Dónde, desgraciado, podría una hacer eso?
C. ¿Dónde? La cueva de Pan es buena.
M. Y ¿cómo, entonces, podría ir pura a la Acrópolis?
C. Lavándote muy bien en la Clepsidra.
M. Entonces, tras prestar juramento,¿ lo violaré, tonto?
C. ¡Que se vuelva contra mí! No te preocupes nada por el juramento.
M. ¡Ea, pues! Traeré una camita para los dos.
C. ¡De ningún modo! El suelo nos basta. M. ¡No, por Apolo! A ti, aun siendo como eres, no te acostaré en el suelo.
C. ¡La mujer me quiere! ¡Está bien claro!.
M. ¡Aquí está! Acuéstate, y yo me desnudo. Ahora bien; una cosa...; hay que sacar una estera.
C. ¿Qué estera? Para mí, no.
M. ¡Sí, por Ártemis! ¡Vergonzoso es, al menos, echarse sobre las correas!
C. Déjame besarte.
M. ¡Toma!
C. ¡Huy, huy!¡Ven muy pronto!
M. ¡Aquí está la estera!Acuéstate y yo me desnudo. Mas, una cosa...; no tienes almohada.
C. Tampoco la necesito yo.
M. ¡ Sí, por Zeus! ¡Yo sí!.
C. ¡Este pijo es Heracles invitado a un banquete!
M. ¡Levántate! ¡Da un salto!.
C. Lo tengo todo.
M. Todo, sí.
C. Ven aquí, tesorín.
M. El sostén ya me lo suelto. Acuérdate, pues: no me engañes respecto a las treguas.
C. ¡Sí, por Zeus! ¡Que me muera de lo contrario!
M. Colcha no tienes.
C. No, por Zeus; ni me hace falta.¡ Joder es lo que quiero!.
M. ¡Tranquilo!Lo harás. Vuelvo pronto.
C. Esta mujer me machacará por causa de las mantas.
M. ¡Levántate!
C. Mas, ¡levantado está esto!
M. ¿Quieres que te perfume?
C. No, por Apolo; a mí, no.
M. ¡Sí, por Afrodita! ¡Si quieres, como si no!.
C. ¡Así se salga el perfume!¡Oh Zeus señor!
M. Alarga la mano, toma y frótate.
C. No es grato este perfume, por Apolo, sino machacador y sin olor a unión sexual.
M. ¡Tonta de mí! He traído perfume rodio.
C. ¡Bueno es!¡Déjalo, maldita!
M. Dices tonterías.
C. ¡Que se muera del peor modo el primero que coció un perfume!
M. Toma este frasco.
C. ¡Tengo otro! Acuéstate, desgraciada, y no me traigas nada.
M. Lo haré. ¡Sí, por Ártemis!. Me descalzo, pues. Mas, queridísimo, ¡que apoyes el decreto para hacer las treguas!
C. Lo pensaré. ¡Me ha matado, me ha machacado la mujer en todo lo demás, y, tras pelármela, se ha marchado.
***
El plan de Lisístrata contempla otro punto fundamental de la confrontación con los hombres: el despojarlos de su poder económico, impidiéndoles el acceso y el uso del tesoro de la ciudad para los gastos de la guerra.
Para lograrlo, las mujeres más viejas se toman el Partenón, lugar donde, desde Pericles, estaban depositados los impuestos pagados por los miembros del imperio:
LISÍSTRATA. También eso está bien preparado, ya que nos apoderaremos de la Acrópolis hoy mismo. A las más viejas se les ha ordenado hacer esto: que mientras nosotras nos ponemos de acuerdo en estas cosas, ellas, aparentando que celebran un sacrificio, se apoderen de la Acrópolis.
Y esta es la reacción de los hombres:
COMISARIO. Por Zeus, de lo primero que quiero enterarme es de esto: ¿con qué idea habéis cerrado nuestra ciudadela con las trancas?
LISÍSTRATA. Para poner a buen recaudo el dinero y para que no luchéis por él.
COMISARIO. ¿Es que luchamos por el dinero?
LISÍSTRATA. Sí, y también por él se originan todos los demás jaleos. Pues Pisandro y los que andan detrás de los puestos públicos, para poder robar, armaban siempre algún alboroto. Así que éstos, que hagan lo que quieran en este asunto, que el dinero este ya no hay forma de que lo cojan.
COMISARIO. ¿Qué es lo que vas a hacer?
LISÍSTRATA. ¿Eso me preguntas? Lo vamos a administrar nosotras.
***
Y, como evento necesario de esta confrontación de poderes, las mujeres tendrán que enfrentar la violencia de la autoridad o poder de la ciudad, encomendado al comisario y sus alguaciles, quienes, al tratar de reprimir los actos de las mujeres se encuentran con todas ellas unidas, sin miedo y dispuestas a luchar y pelear, lo que, de inmediato, traspone la situación y ellas, de amenazadas con ser golpeadas y encarceladas, pasan a amenazarlos con golpearlos a ellos, para terminar acobardándolos y derrotándolos.
La confrontación se inicia así:
LA CORIFEO. Deja... (Divisa al coro de ancianos.) ¡Uy!, ¿qué es eso? ¡Hijos de mala madre! Nunca unos hombres de bien y piadosos habrían hecho una cosa así.
EL CORIFEO. Esto que llega sí que no esperábamos verlo. ¡Menudo enjambre de mujeres está ahí afuera para echarles una mano!
LA CORIFEO. ¿Por qué os damos tanto miedo? ¿Es que os parecemos muchas? Pues aún no estáis viendo ni a la milésima parte de nosotras.
EL CORIFEO. Fedrias, ¿vamos a dejarles decir disparates semejantes? ¿No sería mejor que alguien rompiera su cachiporra a fuerza de molerlas a palos?
LA CORIFEO. Vamos a poner también nosotras los cántaros en el suelo, para que, si alguien nos pone la mano encima, esto no nos estorbe.
EL CORIFEO. Por Zeus, si alguien les hubiera dado de palos en la mandíbula dos o tres veces, como a Búpalo, ya no tendrían ni pizca de voz.
LA CORIFEO. Aquí me tienes; ¡que alguien se atreva a darme! Yo me dejaré hacer bien quietecita. Eso sí: desde luego ninguna otra perra te podrá ya nunca agarrar los cojones.
EL CORIFEO. Sino te callas te voy a arrancarla piel y la vejez a golpes.
LA CORIFEO. Acércate y toca con un solo dedo a Estratílide.
EL CORIFEO. ¿Qué pasa si te hago cenizas con mis puños? ¿Qué cosa espantosa me vas a hacer?
LA CORIFEO. A mordiscos te voy a arrancarlos pulmones y los intestinos.
Hacia el final, los hombres han sido amedrentados:
COMISARIO. ¡Ay de mí!, qué mal ha ido la cosa para mis arqueros.
***
Finalmente, la comedia concluye cuando las mujeres logran su propósito y obligan a los hombres a pactar la paz y todo termina con una fiesta.
 
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