martes, 30 de junio de 2009

Capítulo 2: Esquema filosófico antropológico del Ser Mujer-Ser Hombre

Capítulo 2
Esquema filosófico antropológico
del Ser Mujer-Ser Hombre


Por Iván Rodrigo García Palacios

El cuerpo ya existía como un todo desde antes que el Homo-Humano inventara la palabra para nombrarlo y escindirlo.
Antes y por sobre cualquier construcción cultural, la mujer es mujer y el hombre es hombre. Especie Homo-Humanos que la naturaleza dividió en dos sexos para su reproducción y los que, a través de la evolución, han ido desarrollando cualidades y características propias y específicas para su supervivencia, reproducción y adaptación.
Es en la cultura en la que se construyen -signa, designa, significa, identifica, etc.- los conceptos de género, de “lo femenino” y de “lo masculino” y con ellos se establece e imponen las identidades del sujeto/objeto mujer/hombre, correspondientes, sometidos, controlados y escindidos, por el lenguaje y por la acción cultural.
Hubo un tiempo y unas culturas en las cuales la identidad sexual del Homo-Humano se construyó a partir de un misterio solidario de mujer y de hombre, sin discriminación. Pero después ya no fue así. Es en las historias de esas culturas en las que habrá que buscar la existencia de aquella cultura “matricial” que se trocó en cultura “patricial”, para desde ellas poder establecer y diferenciar sus naturalezas y proponer una visión inclusiva y exclusiva de los sexos.
Filosofías, ciencias y artes, salvo en las diferencias evidentes e innegables, han considerado y homogeneizado sus reflexiones y estudios sobre los sexos como si se tratara de un único objeto con variaciones específicas, ello debido a la predominancia de los hombres y su modelo “patricial” en el ejercicio y desarrollo de esas actividades.
Las filosofías, en todas sus áreas, establecen su punto de partida, aún desde el mismo lenguaje, en la existencia de un Ser único y asexuado, con las mismas cualidades y características de origen y razón de Ser y Estar, las que se aplican por igual a los individuos de ambos sexos; homogeneidad predeterminada y mantenida históricamente desde la imposición de la visión simbólica, mítica y religiosa, “patricial”, sobre la diferente visión simbólica, mítica y religiosa, “matricial”, anterior.
Las ciencias, exactas y del hombre, consideran en sus estudios y conclusiones al cuerpo del Homo-Humano, salvo en sus diferencias físicas y funcionales evidentes, como unidad biológica, fisiológica, psicológica, lingüística, etc.
Las artes, con relativo éxito y pocas precisiones, han sido las únicas en considerar y tratar a mujeres y a hombres como seres propios y diferenciados que tienen en común algunas cualidades, características y manifestaciones, que comparten sus existencias en el espacio y en el tiempo, con sus diferencias y similitudes, sus necesidades y solidaridades, denunciando, a veces, los errores, equívocos, injusticias, desperdicios y terrores de esa visión y tratamiento homogeneizado.

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En el momento de la evolución en el cual algunos organismos se dividieron y formaron dos sexos para su reproducción, en ese proceso también tuvieron que dividirse otros componentes que al igual que los de la reproducción, debían completarse y complementarse para cumplir sus otras funciones primordiales: sobrevivir y adaptarse.
Como todo en la evolución, esos cambios y esas divisiones que si bien pueden ser fortuitos, nunca son gratuitos, siempre comportan costos y beneficios, aquellos que se pagan y se obtienen en la experimentación evolutiva y cuyos objetivos primordiales son: sobrevivir, reproducirse y adaptarse, lo demás... "vendrá por añadidura".
En esa división por sexos, la naturaleza debió seleccionar y privilegiar en asignar ciertos elementos y rasgos orgánicos para que cada sexo pudiera cumplir con la parte de las funciones que le correspondían y que, si bien tal división se realizó a partir de un diseño común, las ciencias ya han demostrado tanto la existencia y especificidad de tales diferencias biológicas, físico-químicas, estructurales y formales, entre uno y otro sexo, así como su necesaria finalidad.
Ahora bien y si la lógica opera, estas diferencias, como en el caso de la reproducción, al conectarse, se complementan, completan y armonizan para cumplir una función más allá de la que antes cumplían en la unidad, así como también la posibilidad de permitir la emergencia o expansión de nuevas cualidades o calidades funcionales.
Haciendo un salto expositivo, por muchos siglos la evolución experimentó con la reproducción bisexual hasta la emergencia del cerebro y de los mamíferos y con estos, hasta la aparición del Homo-Humano que es la especie que ahora me interesa por sus mujeres y hombres.

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Si se acepta que las naturalezas de la mujer y del hombre les son propias y diferenciables, así ambos sexos compartan elementos constitutivos y expresivos en común, es entonces posible afirmar que los actos y la actividad de la mujer le son propios y diferenciables de los del hombre, así estos, también, compartan rasgos y herramientas comunes.
La naturaleza de la mujer será la que es, más allá de lo que se denomina como “lo femenino” y se definirá como tal, pero nunca en comparación o contraposición o subordinación, a la naturaleza del hombre o con “lo masculino”, puesto que de esta manera las cualidades y características de cada sexo le son propias y diferenciables: percepción, sensaciones, imaginación, emociones, razón, etc., son y funcionan -aun cuando con similitudes- de manera propia y diferente, como individuos de cada sexo que son.
Una sencilla esquematización muestra que, desde el mismo momento de la fertilización del óvulo por parte del espermatozoide, se establece la diferencia de los sexos por la configuración de los cromosomas.
Mujeres y hombres comparten un diseño orgánico similar, con sus propias cualidades y características, pero que funciona y se desarrolla de manera diferente, aun cuando con similitudes. A manera de ejemplo, las diferencias propias y evidentes del cerebro, su funcionamiento y desarrollo en la mujer y en el hombre: ya se ha demostrado, entre otras cosas, que el cuerpo calloso, como otros sectores del cerebro, en uno y otro sexo, son y funcionan de forma propia para cada sexo. O, también, la predominancia en el funcionamiento y en el desarrollo de las funciones de los dos hemisferios cerebrales para mujeres y hombres, tal el caso del lenguaje para la mujer y las actividades lógico-matemáticas y espaciales para el hombre, etc.
Por las cualidades y características predominantes en el funcionamiento de los sistemas nerviosos de mujeres y hombres, el procesamiento y el funcionamiento de la información a partir de la percepción, tratamiento y posterior respuesta, se diferencia en las formas de sentir, imaginar, pensar, el Ser y Estar en sí mismos, con los otros y en el mundo, es decir, las formas cómo sienten, imaginan, piensan y responden a las dimensiones espacio-temporales y emocionales que los impresionan y afectan.
Para las mujeres, el espacio, el tiempo y las emociones, son y están sentidos, recordados y proyectados, siempre inmediatos y en presente, así se trate del acto concreto y actual como de los recuerdos pasados y las proyecciones futuras. Para ellas, el imaginar y el pensar se desplazan como una película cuadro a cuadro, desde el presente y hacia el pasado y hacia el futuro. Por ello, su memoria y recuerdos son y están casi fijos y determinados, los cuales, en lugar de ser modificados y trasformados por los nuevos sucesos, o se olvidan o se suman con la nueva información que estos aportan.
Para los hombres, el espacio, el tiempo y las emociones son y están sentidos mediatos y en permanente fluir como un río que fluye y modifica su cauce desde el presente y hacia el pasado y hacia el futuro de manera continua. Su memoria y recuerdos operan como un líquido fluyente al que se le agregan nuevos elementos del presente, del pasado y del futuro, que se mezclan e integran para producir un nuevo estado. Para ellos, el imaginar y el pensar funcionan como la concepción de un estado nuevo a partir de la información de los sentidos, de la experiencia, de la memoria y los recuerdos y de las nuevas informaciones que modifican al total.
El olvido en las mujeres funciona, con predominancia, por borrado y en los hombres funciona por trasformación.

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En este contexto, es bueno tener en cuenta la hipótesis propuesta por los investigadores españoles Francisco J. Ayala y Camilo José Cela Conde, publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), según la cual las mujeres (recolectoras) tienden a ser más conscientes de los objetos situados en su entorno y se fijan más en la posición de las cosas; los hombres (cazadores), en cambio, utilizan estrategias de orientación basadas en conceptos como la distancia y la situación respecto a los puntos cardinales. Estas diferencias están relacionadas con actividades diferentes en los dos hemisferios. "Por los resultados -pone como ejemplo Cela- podríamos deducir que a las mujeres les gusta más el arte abstracto porque intentan buscar unas coordenadas y lo asocian a la belleza, pero por ahora no hay pautas claras".
Como consecuencia de ello, proponen:

"Los cerebros de las mujeres y de los varones se activan de forma diferente cuando perciben algo hermoso, una curiosidad fisiológica que no tiene nada que ver ni con la cultura ni con la inteligencia, sino con las distintas formas que tienen ambos sexos de abordar la relación con los objetos. Mientras que en las mujeres entran en actividad inmediata los dos hemisferios cerebrales, en el caso de los varones el mismo cometido se efectúa con uno único, el derecho".

Con esto se plantea otro punto crítico para explorar la evolución y el desarrollo de las naturalezas propias del Ser Mujer y del Ser Hombre, puesto que tanto la evolución biológica como la evolución cultural intervienen en la formación y desarrollo de tales naturalezas, como bien lo vienen proponiendo las ciencias.

Por ejemplo, el antropólogo Roger Bartra, que en su libro: Antropología del cerebro. La conciencia y los sistemas simbólicos (Fondo de Cultura Económica, México, 2007), habla del cuerpo y de la cultura como un "exocerebro":

"La existencia de un exocerebro nos conduce a la hipótesis de que los circuitos cerebrales tienen la capacidad para usar en sus diversas operaciones conscientes los recursos simbólicos, los signos y las señales que se encuentran en el contorno, como si fueran una extensión de los sistemas biológicos internos. Los circuitos exocerebrales sustituirían las funciones simbólicas que no puede realizar el sistema nervioso. Sin embargo, ello no implica que no sea necesario buscar los códigos electroquímicos mediante los cuales opera el cerebro. En cierta forma esto extiende el problema de la búsqueda del enlace que unifica la actividad de varios conjuntos neuronales dispersos en el cerebro para lograr la imagen unificada de un objeto. Ahora hay que buscar también un enlace entre el cerebro y el exocerebro que no sea reducido a la burda noción de un contorno que emite señales o estímulos y un sistema nervioso que da entrada a la información para procesarla e instruir al cuerpo para que actúe en consecuencia.
(...)
El contorno exterior más cercano al cerebro es el propio cuerpo".

Roger Bartra, Antropología del cerebro. La conciencia y los sistemas simbólicos, Fondo de Cultura Económica, México, 2007, pp. 63 y 67.

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En este punto es interesante plantearse algunas preguntas paradójicas:
¿Se piensa con o por la cultura?
¿La cultura existe porque se piensa o se piensa porque existe la cultura?
La cultura, ese concepto de mil definiciones, todas válidas, todas evanescentes, que no viene al caso precisar ni revisar, me interesa con el fin de plantear la actividad de la evolución biológica y de la evolución cultural.
Cualquiera sea la postura científica o ideológica con la que se le comprenda, la evolución biológica funciona como un mecanismo de adaptación de los organismos a las condiciones ambientales y de acuerdo a las circunstancias, en un período extenso de tiempo.
Por su parte, la evolución cultural, propia del Homo-Humano, es aquella que adapta de manera expedita las condiciones ambientales a sus necesidades, en períodos breves de tiempo.
De acuerdo con las propuestas anteriores, se puede considerar la obviedad de que el Homo-Humano es el resultado de la actividad conjunta tanto de la evolución biológica como de la evolución cultural y que, en el momento en el cual emerge el cerebro humano como tal, también emergen la conciencia y la mente y con ellas, el ingenio, la imaginación y el pensamiento que inventan la cultura, pero lo que no es tan obvio, todavía, es qué, de todo ello, determina la naturaleza del Ser, Ser Mujer y Ser Hombre.
Con el objeto de plantear mis hipótesis, se me ocurre que uno de los muchos caminos que es necesario recorrer y el que ofrece buenas posibilidades interpretativas, congruentes con cualquiera otras, es el de considerar las diferencias de percepción y expresión de hombres y mujeres como aspectos definitivos y definitorios de sus respectivas naturalezas, con los cuales será posible empezar a diferenciar y proponer las definiciones propias del Ser Mujer y del Ser Hombre.

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A partir de todo ello se podría explicar, a manera de hipótesis descabellada, el que en el proceso de desarrollo expresivo y del lenguaje, la mujer exterioriza el lenguaje, a diferencia del hombre que, como demostró Lev S. Vigostski (1), lo interioriza. La mujer construye su realidad, su visión inmediata y mediata de sí misma, de los otros y del mundo, a través de la exteriorización del lenguaje que se origina en sí misma y que necesita de las respuestas de los otros para localizarse, momento a momento, en sí misma, frente a los otros y en el mundo. El hombre se formula su realidad, su visión inmediata y mediata de sí mismo, de los otros y del mundo, por la introspección del lenguaje que se origina en lo concreto, lo cual le produce y proporciona una respuesta, con la cual, al confrontarla con la respuesta de los otros y con el mundo, procede a identificar, denominar, significar y designar: en fin, trazar el mapa fluyente de su mundo.
Se puede afirmar entonces que serán estas diferencias biológicas y culturales las que determinen el resto de las cualidades y características propias y diferentes de los dos sexos, las cuales, a su vez, determinarán el desarrollo, funcionamiento y comportamiento en la cultura, durante el resto de la vida y de la existencia biológica, fisiológica, psicológica y cultural, de los individuos de cada sexo.
En estas condiciones, tanto la mujer como el hombre habitan en una realidad y en un mundo que les es propio, particular y así sean y estén en el mismo tiempo y espacio, los individuos de cada sexo se conectan y relacionan, actúan e interpretan, de acuerdo a su propia naturaleza y, en consecuencia, se relacionan, conectan, interpretan y actúan, interna y externamente, de manera propia y particular.
Tanto la mujer como el hombre se forman su propia y diferente visión y expresión de sí mismos, de los otros y del mundo y, consecuentemente, realizan su propia lectura y escritura de ello: analizan, interpretan, dotan de sentido y descubren conocimiento con herramientas similares pero con significados vitales y existenciales propios y particulares.
En fin, el asunto de las diferencias biológicas, culturales, perceptivas y expresivas y su incidencia en el desarrollo de mujeres y hombres amerita una investigación mayor que no es el asunto ahora.
Lo que si se puede afirmar, sin duda alguna, es que el mundo que construyen los Homo-Humanos es el resultado de la acción conjunta y complementaria de mujeres y hombres, pero que su bondad o perversidad depende de las cualidades y calidades de su actividad solidaria. El mundo es y será lo que de él hagan ambos sexos con sus similitudes y diferencias.

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Una sustentación filosófica de esta propuesta se puede hacer a partir del texto de Edgar Garavito: Autonomía y heteronomía del discurso excluido, porque cuando yo digo: realizan su propia lectura y escritura, quiero decir que para mujeres y para hombres la connotación y la denotación, al igual que la vida en el lenguaje y lenguaje de la vida, son propios para cada sexo, además del resto de los fenómenos lingüísticos y psicológicos que hacen las diferencian individuales.
Esto es lo que propone Edgar Garavito para denotación:

“Propongo que alrededor del término denotación entendamos la apertura de una dimensión no designativa ni representativa que podría en múltiples casos substituir la designación y la representación y que implica un campo experimental del lenguaje inmanente y en devenir” (2).

De esta manera, se podrá demostrar que las señales, símbolos, signos: las imágenes y las palabras de las mujeres y de los hombres les son propias y diferenciables. Tanto la conceptualización, connotación y denotación como el uso de imágenes, símbolos, signos y palabras, son propios para cada sexo, aún y por sobre las similitudes y diferencias conceptuales y usos de individuo a individuo.
Para lograr identificar y establecer tal diferenciación es necesario plantearse y responderse previamente las preguntas que permitan desentrañar la naturaleza de mujeres y hombres: ¿Cómo perciben, sienten, imaginan, se emocionan, razonan y expresan su propio Ser y Estar en el mundo y sus relaciones con él y con los demás? ¿Cuál y cómo es el tratamiento propio y diferente que cada sexo hace de esas materias? ¿En qué se diferencian la lectura y la escritura de las mujeres de la de los hombres: contenido, formas, estilos, temáticas, preocupaciones existenciales, morales, éticas, políticas, sociales, etc.? ¿Qué connota y que denota el lenguaje para mujeres y hombres? ¿Qué expresan mujeres y hombres?
Preguntas estas que difieren de aquellas que se hacen los estudiosos de la escritura de las mujeres y de los hombres, más interesados en los aspectos éticos, políticos, sociales, psicoanalíticos, etc., así como en la comparación temática de tales escrituras: ¿Qué motiva la escritura de las mujeres? Lo que, en consecuencia, los restringe al ámbito, muy psicoanalítico, de los eventos psicológicos y de las formas impuestas por los hombres, impidiéndoles explorar en lo primordial de lo qué es Ser-Mujer y lo qué es Ser-Hombre, de “lo femenino” y de “lo masculino”.
Antes que a los eventos y las formas, es necesario explorar los procesos, los funcionamientos orgánicos, mentales y culturales y, a partir de ellos, determinar las causas, los desarrollos y las consecuencias de estos.
Estas segundas preguntas son circunstanciales, así sean también importantes, pero para poder responderlas adecuadamente es necesario haber respondido previamente a las primeras que son primordiales.

***

A manera de iniciación, es necesario preguntarse y responderse por la naturaleza de mujer y de hombre, antes que de “lo femenino” y de “lo masculino”; por la naturaleza de lo que los hace propios y diferenciables y por lo que de ello los sitúa en un Ser y Estar propio y diferente ante sí mismos, ante los otros y ante el mundo, ante su actuar y ante sus circunstancias: Ser-Mujer y Ser-Hombre.

Por ejemplo, tal y como lo planteó Georg Simmel:

“La diferencia entre los sexos, aparentemente una relación bipolar de dos términos lógicamente equivalentes, es sin embargo típicamente más importante para la mujer que para el varón. Es propio de la mujer que para ella sea más esencial ser mujer que para el varón el hecho de ser varón. Para el varón, la condición sexual consiste, por decirlo así, en hacer; para la mujer, en ser”.
[...]
“La realidad absoluta que representa la sexualidad o el erotismo, tomados como principio cósmico, se convierte para el varón en mera relación con la mujer; la relatividad que implica este ámbito como relación entre los sexos se convierte en cambio para la mujer en lo absoluto, en el ser-para-sí de su esencia”.
[...]
“El hombre conduce su vida y su actividad en el plano de la objetividad y, por tanto, más allá de la oposición entre los sexos. Por eso para él la sexualidad es sólo relación; relación con las mujeres. En cambio para éstas, cuyas últimas raíces se hunden en su condición de mujeres o son idénticas a ésta, la condición sexual es un absoluto, algo que es-para-sí, que adquiere en la relación con el varón sólo una manifestación, una realización empírica. No obstante, dentro de su esfera esta relación -precisamente porque es el fenómeno que refleja el ser fundamental de la mujer- posee para ella una importancia incomparable y ha conducido por eso al juicio, en su sentido más profundo y completamente erróneo, según el cual la esencia última de la mujer, en vez de descansar en sí misma, coincide con esta relación, se agota en ella. La mujer no necesita del varón "in genere" porque tiene ya, por decirlo así, la vida sexual en sí misma, como el absoluto cerrado en sí mismo de su esencia; pero cuando esa esencia ha de manifestarse como fenómeno, entonces necesita con mayor fuerza del varón como individuo. El varón, que se excita sexualmente con mucha mayor facilidad, porque no se trata para él de poner en movimiento la totalidad de su ser, sino tan sólo de una función parcial, precisa meramente de una atracción completamente general. De este modo se hace comprensible el hecho empírico de que la mujer se incline más por el varón individual, mientras que el varón desea más a la mujer en general” (3).

Agrega Georg Simmel:

“Por el contrario, la mujer permanece en sí misma, su mundo gravita en torno a su propio centro. La mujer se encuentra más allá de esos dos movimientos verdaderamente excéntricos, el deseo sensible y el de la trascendencia formal. Por eso mismo cabría decir de ella que es el auténtico "ser humano", que se mantiene más circunscrita a lo propiamente humano, mientras que el varón es "mitad bestia, mitad ángel" (4).

NOTAS
(1) Lev S. Vigostski, El desarrollo de los procesos psicológicos superiores, Crítica, Barcelona, 1989.
-- Lev S. Vigostski, Pensamiento y lenguaje, La Pléyade, Buenos Aires, 1987.
(2) Edgar Garavito, Escritos escogidos, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Medellín, 1999, p. 284.
Esta cita del ensayo: Autonomía y heteronomía del discurso excluido, p. 269-287, el cual explica esta propuesta de diferenciar la vida en el lenguaje y lenguaje de la vida, propias para mujeres y hombres. Agradezco a Alex Vélez Rodríguez el haberme puesto en contacto con los textos de Edgar Garavito.
(3) Georg Simmel, Sobre la aventura, el ensayo: Para una filosofía de los sexos, Península, Barcelona, 2002, pp. 94 y 97-98.
(4) Georg Simmel, Sobre la aventura, el ensayo: Para una filosofía de los sexos..., p. 102.

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