martes, 30 de junio de 2009

Capítulo 3: Un Ser para la mujer, Un Ser para el hombre

Capítulo 3

Un Ser para la mujer, Un Ser para el hombre


Por Iván Rodrigo García Palacios

Digo mujer y no femenino, hombre y no masculino, porque mujer y hombre son la denominación específica, propia y particular, por la naturaleza de su sexo, para los individuos de la especie Homo-Humano.
Femenino o “lo femenino”, masculino o “lo masculino”, son conceptos culturales, complejos y confusos que se aplican indiscriminadamente para identificar unas cualidades de los comportamientos de los individuos de ambos sexos y de sus sexualidades.
Han sido las ontologías, las fenomenologías, las psicologías, etc., esas dependencias de la filosofía que estudian el Ser humanos, las que se han encargado de perpetuar un concepto de Ser sin diferencia de sexo y dentro del modelo “patricial” que ha predominado desde los primeros mitos, cosmogonías, religiones, filosofías, etc., con los que, en la cultura, se segregaron, expulsaron y sustituyeron los mitos, cosmogonías, religiones, filosofías, símbolos, figuras y los conceptos que correspondían al modelo “matricial” anterior.
Ello se explica por dos razones simples, la una, que las actividades filosóficas y científicas han sido privilegio y dominio del hombre y la muy escasa actividad de las mujeres que más que reflexionar desde su naturaleza de mujeres se han sometido al modelo “patricial”, sin que por ello se anulara su propia naturaleza, su Ser-Mujer y sus cualidades expresivas, con las que lo subvierte, porque tal anulación es imposible.
La otra, porque una de las características para que ese desplazamiento, expulsión y sustitución del Ser-Mujer operara en el modelo “patricial”, se estableció un punto de partida aparentemente neutro y asexuado en el que el concepto es evidente y predominante masculino.
Lo que interesa aquí es mostrar la emergencia de la expresión subversiva y clandestina de las mujeres al reflexionar, al expresar y al comunicar su propio Ser con sus propios símbolos, signos, señales, palabras, figuras y conceptos, sobre sí mismas, sobre los otros y sobre el mundo, desde el Ser-Mujer, todo lo cual es y ya están diferenciados desde el mismo punto de origen. Sin embargo, para expresarse, las mujeres son obligadas a asimilarse y someterse a las herramientas culturales del Ser-Hombre.
Se puede decir que para la mujer el Ser-Mujer se origina a partir de la afirmación: “Yo Soy la que soy”, en contraposición a la afirmación del Ser-Hombre: “Yo Soy lo que pienso”, expresión esta última que ha sido, con distintas variaciones e interpretaciones, la que todavía predomina en la reflexión filosófica.
Citando y parodiando a Descartes:
El Ser mujer es: Siento luego existo.
El Ser hombre es: Pienso luego existo (Cogito, ergo sum).
Ese sentir de la mujer, a diferencia del pensar del hombre, no ha sido explorado ni reflexionado ni interpretado con especificidad. Por ello, es necesario, al menos, plantear un punto de partida, el que, para el caso, remito al análisis que hizo Ernst Cassirer al “sentimiento” en Jean-Jacques Rousseau, el filósofo del sentir:
“(...) el sentimiento queda muy por encima de la “impresión” pasiva y de la mera sensación sensible, al asumir la actividad pura del juicio, de la evaluación y de la toma de postura. Con ello adquiere una posición central en el conjunto de las fuerzas anímicas: ya no aparece como una “capacidad” particular del yo, sino más bien como su fuente específica, como la fuerza originaria del yo a partir de la que surgen todas las demás y de la que deben alimentarse continuamente si no quieren debilitarse o morir” (1).
Sentir y pensar son procesos equivalentes al momento de desarrollar la mente y son determinantes para la expresión de la conciencia. Un sentir que se explica más allá de la mera sensación o la mera sensualidad o la mera sensibilidad. Un sentir que adquiere dimensiones cognitivas que, como también lo planteara Jean-Jacques Rousseau en Emilio, remonta de lo “concreto” hacia lo “abstracto” y de lo “sensible” hacia lo “intelectual” (2). Intuición esta de Jean-Jacques Rousseau que, como se mostró en el capítulo 2, ya exploraron los neurocientíficos Francisco J. Ayala y Camilo José Cela Conde. Sobre el pensar existe suficiente ilustración.
Lo que diferencia a las mujeres de los hombres es la predominancia del autoconocimiento y del conocimiento en el sentir y, luego, en el pensar: la experiencia antecede a la razón, lo que, en consecuencia, determina la formación, dotación e interpretación del sentido: la connotación y denotación de su concepción, de su expresarse a sí mismas y así mismos. Su visión y la expresión del mundo a través de sus palabras.
Estas diferencias en la mayor predominancia del sentir de la mujer y del pensar del hombre, no son tenidas en cuenta al momento de interpretar y dar sentido en el lenguaje, porque el lenguaje ha sido subyugado como una actividad emanada con exclusividad del pensar, pensamiento que, en el mejor de los casos, es sólo alterado y distorsionado por el sentir, sentir que es considerado, a su vez, como una aberración para la razón.
Al escindir el sentir del pensar, el lenguaje pierde sus dimensiones primordiales para la comprensión del Homo-Humano y del mundo, pues de esa manera sólo es posible observar y expresar planos separados del total de la visión sentible y de la visión pensable de la realidad y del Ser-Mujer y Ser-Hombre.
***
Poco se ha reflexionado sobre la naturaleza propia del Ser-Mujer, ni por parte de las mujeres ni de los hombres, así que llama la atención que un filósofo hombre realice tales propuestas, tal y como lo hace Georg Simmel y ya citado:
“Por el contrario, la mujer permanece en sí misma, su mundo gravita en torno a su propio centro. La mujer se encuentra más allá de esos dos movimientos verdaderamente excéntricos, el deseo sensible y el de la trascendencia formal. Por eso mismo cabría decir de ella que es el auténtico "ser humano", que se mantiene más circunscrita a lo propiamente humano, mientras que el varón es "mitad bestia, mitad ángel" (3).
Para mostrar lo que las mujeres piensan sobre la propia naturaleza del Ser-Mujer en el lenguaje asimilado del Ser-Hombre, he aquí lo que han comunicado tres mujeres filósofas:
1. Edith Stein:
“El campo hacia el cual deben dirigirse nuestras investigaciones es el de la conciencia en el sentido de la vida-del-yo: yo puedo dejar indeciso el hecho de si la cosa percibida por mis sentidos realmente existe o no, pero la percepción, en cuanto tal, no se puede borrar: puedo dudar de que la conclusión sacada por mi sea correcta, pero el pensamiento que resulta de las conclusiones es un hecho indudable; de la misma manera, es innegable todo lo que yo deseo y quiero, mis sueños y mis esperanzas, mis alegrías y mis tristezas, en una palabra, todo aquello en que yo vivo y existo, lo que se da para el ser del yo consciente de sí mismo. Porque donde quiera – en la vida de Agustín, en el yo pienso de Descartes, en el ser consciente (Bewusstsein) de Husserl-, donde quiera se encuentra un yo soy. Ésta no es una conclusión , como la fórmula parece indicarlo: cogito, ergo sum, sino el yo soy es captado inmediatamente: que yo piense, que yo sienta, que yo quiera o que me dirija intelectualmente de cualquier manera que sea, yo soy y me doy cuenta de este ser.
La certeza que se tiene de su propio ser es, en cierto sentido, el conocimiento más original” (4).
2. María Zambrano:
“La experiencia precede a todo método. Se podría decir que la experiencia es a priori y el método a posteriori. Mas esto solamente resulta valedero como una indicación, ya que la verdadera experiencia no puede darse sin la intervención de una especie de método. El método ha debido estar desde un principio en una cierta y determinada experiencia, que por la virtud de aquél llega a cobrar cuerpo y forma, figura. Más ha sido indispensable una cierta aventura y hasta una cierta perdición en la experiencia, un cierto andar perdido el sujeto en quien se va formando. Un andar perdido que será luego libertad” (5).
3. Hannah Arendt:
"El discurso y la acción revelan esta única cualidad de ser distinto. Mediante ellos, los seres humanos se presentan unos a otros, no como objetos físicos, sino como hombres. Esta apariencia, diferenciada de la mera existencia corporal, se basa en la iniciativa; pero en una iniciativa (el appetitus beatitudinis) que ningún ser humano puede detener y seguir siendo humano.
(...)
Con respecto a este alguien que es único cabe decir verdaderamente que nunca nadie estuvo allí antes que él. Si la acción como comienzo corresponde al hecho de nacer [como un yo], si es la realización de la condición humana de la natalidad, entonces el discurso corresponde al hecho de la distinción y es la realización de la condición humana de la pluralidad, es decir, de vivir como ser distinto y único entre iguales" (6).
A diferencia de Simone de Beauvoir con Jean Paul Sartre, como mostraré más adelante, Hannah Arendt sí aportó y contrapuso su Ser Mujer en su filosofía al Ser Hombre en la filosofía de Martín Heidegger, como puede interpretarse a lo que dice Rüdiger Safranski:
"Para Heidegger se abrió en Marburgo una sorprendente oportunidad, lo que los teólogos de allí llamaban "Kairos", la gran oportunidad de un tipo especial de "propiedad". Tuvo allí un encuentro del que, según confesará más tarde su mujer Elfride, surgió "la pasión de su vida".
A principios de 1924 había llegado a Marburgo una estudiante judía de dieciocho años, deseosa de estudiar con Bultmann y Heidegger. Era Hannah Arendt.
(...)
(Heidegger) En las cartas (a Hannah Arendt) insiste una y otra vez en que nadie lo comprende como ella, , también y precisamente en asuntos filosóficos. Y de hecho Hannah Arendt demostrará todavía lo bien que ha entendido a Heidegger. Lo entenderá mejor de lo que él se ha entendido a sí mismo. Como acostumbra suceder entre los amantes, ella responderá complementariamente a su filosofía, y le dará aquella mundanidad que todavía le falta. Al "precursar la muerte" responderá con una filosofía de la natividad; al solipsismo existencial de "mi singularidad" (Jemeingkeit) responderá con una filosofía de la pluralidad; a la crítica de la "caída" en el mundo del "uno" replicará con el "amor mundi". Al "claro" (Lishtung) de Heidegger responderá ennobleciendo filosóficamente la "esfera pública". Sólo así surgirá de la filosofía de Heidegger un todo completo; pero este hombre no lo notará. Él no leerá los libros de Hannah Arendt, o lo hará muy de pasada, y lo que lee allí le ofende.
Heidegger ama a Hannah y la amará por mucho tiempo; la toma en serio, como mujer que lo comprende, y ella se convertirá en su musa de Ser y tiempo; él le confesará que sin ella no habría podido escribir la obra. Pero en ningún momento se persuadirá de que puede aprender de ella" (7).
***
El mejor lugar para buscar la presencia y operación propias y diferentes del Ser Mujer y del Ser Hombre, es en sus propias expresiones, es aquel en el que se presentan los estados más extremos: el fenómeno místico y el estado de enamoramiento, estados en los que se suspenden casi totalmente las diferencias entre mujer y hombre.
Una de las más extremas y notables expresiones del Ser Mujer y del Ser Hombre, es posible encontrarlas en la forma de enfrentarse al fenómeno místico, en el cual se presentan de forma patente las diferencias y oposiciones de Ser, Estar y Expresar, de mujer y hombre.
Para explorar esas diferencias y oposiciones, propongo mirar la propia y particular formulación y realización de la búsqueda y relación del Ser con Cristo que propusieron una mística y un místico españoles, quienes, siendo contemporáneos y compartir un espacio, un tiempo y unas ideas comunes en procura de su misión y obra, divergieron en su visión de las naturalezas del sujeto/objeto: Ser-Mujer / Ser-Hombre, al realizar su búsqueda y expresar sus reflexiones y fenómenos místicos:
La propuesta del Ser Mujer de Teresa de Jesús, que hace parte de la historia de sus conceptos en el breve escrito: Vejamen, y un poema posterior es:
“Búscame en ti”.
Y, en los versos de uno de sus poemas místicos:
"Alma, buscarte has en Mí,
y a Mí buscarte has en ti".

De tal suerte pudo amor,
Alma, en Mí te retratar,
que ningún sabio pintor
supiera con tal primor
tal imagen estampar.

Fuiste por amor criada
hermosa, bella y así
en mis entrañas pintada,
si te perdiere, mi amada.
Alma, buscarte has en Mí.

Que yo sé que te hallarás
en mi pecho retratada,
y ten al vivo sacada,
que si te ves te holgarás
viéndote tan bien pintada.

Y si acaso no supieres
dónde me hallarás a Mí,
no andes de aquí para allí,
sino, si hallarme quisieres.
A Mí, buscarme has en ti.

Porque tú eres mi aposento,
eres mi casa y morada,
y así llamo en cualquier tiempo,
si hallo en tu pensamiento
estar la puerta cerrada.

Fuera de ti no hay que buscarme,
porque para hallarme a Mí,
bastará sólo llamarme,
que a ti iré sin tardarme.
Y a Mi buscarme has en ti.
La propuesta de Juan de la Cruz:
“Búscate en mí”.
Propuesta, la de Juan de la Cruz y la de los otros hombres participantes del torneo que da origen al escrito, que Teresa de Jesús les critica:

“Caro costaría si no pudiésemos buscar a Dios sino cuando estuviésemos muertos al mundo”.

Y a la que añade esta críptica anotación:

“No lo estava la Madelena, ni la Samaritana, ni la Cananea, cuando lo hallaron” (8).
Estas propuestas de Teresa de Jesús y de Juan de la Cruz no son meras advocaciones devotas, con ellas denotan una postura particular y de género, vital y existencial, del Ser Mujer y del Ser Hombre, en un contexto religioso.
Para Teresa de Jesús, el “Búscame en tí”, es una “fe” inmanente, es la propia experiencia, un “Ser-desde-Adentro”, un “Yo creo porque Soy”, contrapuesta a la postura de Juan de la Cruz, el “Búscate en mí” de una “fe” proveniente de afuera (Dios, revelación, tradición, inspiración, El Libro), un “Ser-desde-Afuera”, un “Yo Soy porque creo”.
La contraposición de la intimidad del Ser de Teresa y la exterioridad del Ser de Juan se evidencian de manera notoria y notable en la concepción que cada uno de ellos tenía para la arquitectura de sus espacios de Ser y Estar, de cuerpo y alma. Mientras que para Teresa sus moradas, castillos y jardines eran representaciones de espacios interiores e íntimos del cuerpo y del alma, para Juan eran espacios exteriores o de habitación para el cuerpo o el alma.
Lo que, a su vez, pone en evidencia otro problema mayor, el de la autonomía tanto para esa época inquisitorial como todavía en la actualidad. Autonomía que, en Teresa de Jesús, se plantea como un autoconocimiento, condición previa para el conocimiento tanto de sí misma, de lo trascendente y de lo místico, así como del mundo y de los otros. Conocimiento que, para Juan de la Cruz, es un conocimiento contingente, dependiente. Eso explica la crítica y desvela la críptica anotación de Teresa de Jesús a la postura de Juan de la Cruz.
Por supuesto, para demostrar esta diferencia es necesario estudiar la vida y obra de Teresa de Jesús y de Juan de la Cruz en su integridad para así poder establecer la propiedad y la congruencia de sus expresiones como Ser-Mujer y Ser-Hombre y no como una mera posibilidad accidental, para que así el modelo sea también válido y verificable en cualquiera otros casos.
***
En el cuadro de las mujeres filósofas del siglo XX es obligatorio hacer una nota sobre Simone de Beauvoir, quizás la mujer filósofa más célebre de todas, quien dedicó su vida y obra a una cruzada en la que empuño las mismas armas y actitud guerrera de los hombres por reivindicar el lugar y la condición de la mujer en el mundo del hombre, dotando así con argumentos filosóficos a los movimientos feministas que apenas se empezaban a formar, más allá de las luchas políticas de las sufragistas.
Extraña el que Simone de Beauvoir, la eterna compañera y contraparte mujer-filósofa de Jean Paul Sartre, el hombre-filósofo, no hubiese propuesto un existencialismo de la mujer en contraposición al existencialismo sartriano, asexuado, pero masculinizado. Eso si hubiera sido una novedad.

NOTAS
(1) Ernst Cassirer, Rousseau, Kant, Goethe. Filosofía y cultura en la Europa del Siglo de las Luces, Fondo de Cultura Económica, México, 2007, p. 138.
(2) Ernst Cassirer, Rousseau, Kant, Goethe. Filosofía y cultura en la Europa del Siglo de las Luces..., p. 139.
(3) Georg Simmel, Sobre la aventura, en el ensayo: Para una filosofía de los sexos, Península, Barcelona, 2002, p. 102.
(4) Edith Stein, Ser finito y Ser eterno. Ensayo de una ascensión al sentido del ser, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, pp. 52-53
(5) María Zambrano, Notas de un método, p. 18. Citado de Claves de la razón poética. María Zambrano. Un pensamiento en el orden del tiempo, Trotta, Madrid, 1998, p. 133.
(6) Hannah Arendt, La condición humana.
(7) Rüdiger Safranski, Un maestro de Alemania. Martín Heidegger y su tiempo, Tusquets, Barcelona, 1997, pp. 170 y 174.
Ver también: Elzbieta Ettinger, Hannah Arendt y Martín Heidegger, Tusquets, Barcelona, 1996.
(8) Santa Teresa de Jesús, Obras completas, Editorial de Espiritualidad, Madrid, 1963, pp. 1330-1332.
Diccionario de Santa Teresa de Jesús, Monte Carmelo, Burgos, 2001, pp. 1375-1378.
Rosa Rossi, Juan de la Cruz. Silencio y creatividad, Trotta, Madrid, 1996, p. 74.

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