martes, 30 de junio de 2009

El círculo perverso de la misoginia

El círculo perverso de la misoginia:

segregar = incomunicar

exfoliar = deshojar

expoliar = despojar

excluir = descartar

expoliar = arrebatar

exterminar = desaparecer

excomulgar = segregar


Por Iván Rodrigo García Palacios

Definición

Los mecanismos del poder poseen la perversa capacidad de convertir las palabras y conceptos en trampas genéricas en las que atrapan a todos y todo lo que se les opone, real o hipotéticamente, para neutralizarlos o destruirlos. Para ello vacían o caotizan de sentido a las palabras y conceptos, de tal forma que cualquier interpretación, actitud, creencia, condición, cualidad, etc., es posible de ser incluida o excluida a conveniencia.

Es así como palabras como misoginia, terrorismo, hereje y tantas otras, sirven para perseguir y destruir o, por lo menos, neutralizar, a todos aquellos que reclaman o puedan reclamar el libre ejercicio y disfrute de su dignidad de seres humanos.

En el caso de la misoginia, se ha caotizado hasta tal punto su sentido que en esa palabra y en ese concepto se incluyen y utilizan como cadalsos tantas posibilidades que es casi imposible escaparse de su inquisición. Pero, peor aún, es casi imposible delimitar el concepto para su análisis y definición.

En ese movedizo territorio en necesario intentar responderse a la pregunta: ¿Qué es realmente la misoginia?, para así, al menos, poder diferenciar lo qué es de lo que supuestamente es.

Para empezar, la definición oficial del diccionario de la RAE, coloca la definición de la palabra en el territorio de las emociones: "Misoginia: aversión u odio a las mujeres", por su origen etimológico griego, lo que, de entrada, la define como una patología psicológica y sociológica, a la cual hay que aceptar y tratar como tal, pero que al mismo tiempo impide el que se considere, no ya su causa natural, sino el origen cultural, no de la emoción, sino del imaginario en el cual se produce. Ese imaginario en el cual se identifica, denomina, significa, designa, connota y denota, el concepto y la palabra, tanto para esa perversa interpretación como para una posible interpretación y definición propia, consecuente y pertinente.

Sin aventurarme a una exploración exhaustiva que otros ya han realizado con mayor propiedad, parto del punto en el cual las cosmogonías y mitologías "patriciales", para imponer su poder, no sólo desplazan el motivo y la figura de la mujer de su posición de complementariedad con la del hombre, como era en las cosmogonías y mitologías "matriciales", sino que la transforman en subordinada y la estigmatizan como origen del mal, para poder someterla a todo tipo de manipulaciones en el imaginario y, en consecuencia, en la realidad.

De esa manera, la imaginación y la razón, no han hecho otra cosa que ampliar y profundizar la confusión y el conflicto, sin posibilidades de salir del círculo perverso.

Si se quiere romper ese círculo, es necesario empezar por desmontar el mecanismo, primero, en el imaginario y segundo, en el lenguaje. Es necesario aceptar que mujeres y hombres no son ni iguales ni subordinados, sino, y no por el contrario, son propios y complementarios, en la realización de su destino biológico y ontológico.

De esa manera, la misoginia sería una palabra y un concepto referido a la absurda concepción de mujeres y hombres en conflicto por el poder y el dominio, y lo misógino, ahora sí, es una patología, psicológica y sociológica, en la que los hombres violentan la naturaleza de las mujeres para imponer su poder y dominio sobre ellas, ahora si: aversión y odio a las mujeres.

Entonces, misoginia necesita otra definición: desconocer la naturaleza de la mujer como complemento biológico y ontológico de la especie.

Si se acepta un concepto y definición como esa, mujeres y hombres podrán ser dotados de un propio Ser, de su propia naturaleza y de una propia Palabra, para que así se complementen en la conformación de la Humanidad.

Ese es el punto del que es necesario partir para poder trazar ese otro círculo cuyo centro está en todas partes.

***

Lo femenino y lo masculino son modelos propios y estereotipados que la cultura desarrolla para determinar el comportamiento de mujeres y hombres, negando, homogenizando y masculinizando las naturalezas del Ser Mujer y del Ser Hombre.

Ontológica y fenomenológicamente se ha homogenizado y masculinizado el Ser a partir del Ser Hombre, el mismo que se aplica para el Ser Mujer. No existe una real diferenciación de esos Ser. Por lo tanto, no existe tampoco un Ser Hombre, como tal, excepto como sujeto que ejerce el poder.

En ese contexto, la misoginia posmoderna se manifiesta obligando a la mujer a ser y a comportarse como hombre, pero no se le reconoce su Ser-Mujer. Como tal, se continúa segregándola, exfoliándola, excluyéndola, expoliándola.

Al mismo tiempo que ese modelo de misoginia homogeniza al hombre y a la mujer, masculinizándolos a ambos, le impone al hombre un modelo de ser y comportarse tan feminizado, como tan masculinizado es el modelo de la mujer. Eso significa la metro-sexualidad: la androginización y estroginización de los sexos.

La mujer tiene alguna igualdad de derechos y deberes siempre y cuando se comporte y responda como hombre, excepto en el ámbito de lo doméstico.

La mujer puede invadir al ámbito masculino siempre y cuando actúe como hombre. Y, el hombre actúa en el ámbito doméstico por concesión y no por derecho ni deber.

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Las más primitivas de las misoginias condenaron a las mujeres al silencio. Esas son las misoginias que heredan y desarrollan los griegos en su cultura y que extreman en su teatro:

Sófocles, Áyax (v. 293):

"¡Mujer, el silencio es un adorno en la mujer!".

A las mujeres griegas se les encerró en el ámbito de lo doméstico, sin posibilidades de actuación en el ámbito público. Y, en el peor de los casos, se pidió a Zeus su exterminio.

El caso más extremo de misoginia en el teatro griego es el que expone Eurípides en Hipólito (vv. 616-624 y vv. 645-650):

"Oh Zeus... si deseabas / sembrar la raza humana / no debías haber recurrido a las mujeres / para ello, sino que los mortales, / depositando en los templos ofrendas de oro, hierro o cierto peso de bronce / debían haber comprado la simiente / de los hijos, cada uno en proporción / a su ofrenda y vivir / en casas libres de mujeres".

Y en Medea (vv. 573-575):

"Los hombres deberían engendrar hijos de alguna otra manera y no tendría que existir la raza femenina: así no habría mal alguno para los hombres".

De esta herencia griega se nutre la cultura occidental.

El encierro y segregación de las mujeres por parte de las ideologías religiosas consistió en confinar a la mujer en un imaginario mítico sin expresión en el mundo concreto, excepto en el ámbito el doméstico.

El imaginario judeo-cristiano, que ha dominado la cultura occidental, instauró los mitos de "María" y su contraimagen, "Melusina".

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La misoginia del siglo XIX fue una reacción en contra del reclamo, por parte de las mujeres, al reconocimiento pleno de sus derechos políticos, sociales, económicos, religiosos, etc., en igualdad de condiciones a los de la Declaración de los Derechos del Hombre de la Revolución Francesa, tal y como las mujeres lo exigieron: el ejemplo de este reclamo es Olympe Marie de Gouges, quien presentó la Declaración de los Derechos de la Mujer.

Los mecanismos de segregación, exfoliación, exclusión y expoliación, de la mujer por parte de las misoginias del siglo XIX y XX, fueron tomados de las ciencias naturales y de las ciencias del hombre que empezaron a demostrar las diferencias biológicas y fisiológicas de mujeres y hombres y las consecuencias en las naturalezas de sus psicologías.

De tales diferencias, se privilegió lo que se denominó la histeria o histerización de la mujer, definida tendenciosamente por Freud y validada por el psicoanálisis y extendida a las demás ciencias del hombre. Esa condición todavía se mantiene en los ámbitos de la psicología, quizás con menor carga misogínica, pero igualmente discriminatoria. Ahora se denomina neuroticismo a la mayor inestabilidad emocional de las mujeres.

Tal diferenciación y conceptualización biológica y psicológica no afectó ni puso en duda ni discusión, para nada, el concepto ontológico ni fenomenológico del Ser homegenizado y masculinizado de la filosofía. Salvo en lo político, como motivo de lucha feminista.

La filosofía continúo encerrada en su "torre de marfil" idealista y cristiana.

Por su parte, las feministas concentraron sus reivindicaciones en conceptualizaciones y luchas históricas, políticas y sociales, y poco más en las definiciones ontológicas y fenomenológicas propias de la naturaleza del Ser-Mujer.

En el campo de las ciencias, salvo la investigación y estudio sobre las diferencias evidentes, es poco lo que se explora en la naturaleza propia de la mujer.

***

Hoy se les concede a las mujeres voz y voto, siempre y cuando actúen y piensen como hombres. Pero no existe voz ni voto para su Ser Mujer.

Los derechos como Ser-Mujer se mantienen restringidos y son motivo de luchas sociales, políticas, religiosas, etc.

Son parcial y paradójicamente, dueñas de su cuerpo para el sexo y la reproducción, pero no para decidir sobre ello.

Igual sucede para los demás ámbitos de expresión del Ser Mujer: sentir y pensar, su ser y estar en el mundo. Por ello se cuestiona su Ser cultural en lo intelectual, lo estético, lo científico, lo político, lo económico, lo jurídico, lo social, etc., excepto como adorno del hombre. Han ganado algún espacio en independencia económica, pero pagando un alto costo por ello: renunciar a su naturaleza de mujer.

La participación de las mujeres en las dos grandes guerras del siglo XX, que les permitió acceder al poder y a la igualdad frente al hombre, hizo que las ideologías y los poderes "patriciales" replicaran con el modelo metrosexual posmoderno, algo así como la reinstauración del modelo andrógino clásico.

Por su parte, las feministas respondieron con la reinstauración de la leyenda de las Amazonas.

Política y socialmente, el escenario cultural posmoderno ofrece tres modelos:

El primero: el varón fascista, macho o machista, homofóbico.

El segundo: el andrógino metrosexualisado determinado por la sexualidad y en el cual se empieza a dar cabida a los modelos homosexuales y transexuales.

Este segundo modelo es tan perversamente complejo que se apoya en un hedonismo y un eudemonismo consumistas. El placer y la felicidad se compran en los centros comerciales y se disfrutan con la sexualidad, en la cama.

El tercero, la mujer Amazona, feminista.

Quedarían como anacronismos, el modelo de la mujer doméstica, confinada y silenciosa que todavía perdura en algunas culturas aisladas y en los fundamentalismos político-religiosos y los modelos de la mujer santa o bruja: "María y Melusina", que persisten.

Esos modelos son los que determinan la existencia y actuación de mujeres y hombres en la actualidad.

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